Fue hasta mi primer semestre como estudiante en Bogotá que recurrí a la lectura de El Amor en los Tiempos del Cólera como aliciente para mermar los largos trayectos en bus de mi casa a la Universidad. Y debo decir que desde las primeras líneas la prosa me cautivó hasta tal punto que me hice un juramento de jamás volver a leer a ningún otro autor. Las fantásticas imágenes que se iban detonando en mi mente en la medida en que avanzaba en la lectura en medio de situaciones que sentía tan familiares como caribe me iniciaron en el gusto por la literatura.

Fiel a mi juramento, en más de una ocasión recuerdo leyendo Cien Años de Soledad y pensando con hilaridad: ¡Pero si esto se vivía tal cual adonde mis abuelos!

Sin embargo nunca hasta hoy me había referido a García Márquez como Gabo pues me parecía que quienes lo hacían (así lo conocieran) sonaban presuntuosos y confianzudos.  Yo nunca lo conocí en persona, pero hoy me atrevo a referirme a él de esa manera, gracias al modo en que lo pude abordar.

Pues debo decir que lo conocí exclusivamente a través de sus escritos. Con el único Gabo con que yo me relacioné fue con el que me reveló la literatura con el asombro y la naturalidad con la que Aureliano Buendía conoció el hielo. Yo solo me codeé con el genio capaz de lograr el más lúcido retrato de la inocente miseria del caribe en un cuento breve como En este pueblo no hay ladrones. A aquel con el que imaginé las gigantescas dragas de succión que a pedazos se llevaban el mar territorial que el patriarca malvendía para mantenerse en el poder. Solo intimé con el que nos enseñó que hasta el más solemne libertador también es un vulgar humano, que la ignominia del Estado no supera el honor de un coronel, con el que comprendí que no hay amor, sin los amores frustrados de Florentino Ariza.

Debo decir que nunca podré alardear de nuestra amistad, ni de mis encuentros, ni de mis parrandas con él. Pero me basta con comprender que al universalizar nuestro caribe, de ñapa también extendió la leyenda de Francisco el Hombre. Gracias a él también rompí mi promesa (Cuando me enteré quienes lo habían influenciado) y tuve la osadía de conocer a Faulkner, a Kafka, a Borges, a Hemingway, a Rulfo y a Cortázar.

El Gabo que yo conocí, es el escritor que solo late en sus textos, el que trasciende como único sobreviviente incólume al inclemente paso del tiempo y que tiene su lugar reservado exclusivamente en los anaqueles de la inmortalidad.

Y más que rigor lo que se requiere es esperanza para comprender que el mundo fantástico que creó surge como alternativa a las estirpes que el mismo condenó a la escasez de oportunidades por más etéreo que esto parezca.

Quienes lo critican con una miopía mercantilista no comprenden su verdadero papel en el planeta. El no vino a la tierra a gestionar vías para su pueblo o a forjar un pensamiento político. Su verdadero legado está en las letras que dejó plasmadas en su exquisita obra literaria ejerciendo su primordial oficio como escritor. ¿O es que acaso a Borges lo miden por las obras que gestionó para Argentina o a Rulfo por las que gestionó para Méjico?

Foto: tomada de Google

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