Llegar a Río para ir a ver el partido de Colombia de octavos no implica ni tediosas conexiones, ni aterrizajes turbulentos, ni aeropuertos caóticos, ni absurdas e interminables filas. Cuando vamos a ver un partido del mundial de la Selección, llegamos a Río plácidamente, planeando como en parapente por el Cerro de Pan de Azúcar mientras divisamos las playas de Copacabana. Volamos sin afanes, con la única escala obligada en el hombro del Cristo Redentor adonde nos podemos dar el lujo de parar a tomarnos un café colombiano mientras admiramos el paisaje.

Desde arriba no se ve el tráfico, ni el desorden, ni la suciedad. Cuando la bruma se mete a la montaña se despeja el Maracaná y por fin comprendemos que hemos llegado al País de Nunca Jamás.

Pues en Brasil la Selección Colombia ha sido capaz de romper todas sus marcas para terminar de exorcizar sus demonios lo cual nos impide ver cualquier cosa negativa en esas tierras. Nunca jamás nos imaginamos los colombianos lo que era capaz de hacer nuestro equipo en este país, logros que van más allá de los incontrovertibles numeritos alcanzados hasta ahora que ya quedaron grabados para la posteridad.

Cuando creíamos que James nos había dado el mejor gol del mundial contra Japón, durmió la bola con el pecho y nos regaló uno mejor. Esplendor, perfección, majestuosidad. Con este gol nos demostró que no solamente sabemos ganar, sino que lo sabemos hacer también por lo alto. Es un gol que representa unos valores futbolísticos que por siempre fueron inalcanzables y que solo podíamos disfrutar con la piel robada de otras selecciones.

El segundo gol es un premio al trabajo colectivo, que resume el estilo de un equipo que así como toca, desequilibra por los costados para definir con serenidad.

El cero conseguido frente a Uruguay también simboliza la solidez defensiva, la enjundia con que los jugadores encaran el aguante y a un arquero que no necesita ostentar para ser seguro y efectivo.

Colombia es un equipo que se parece mucho a su técnico, un caballero que nunca tiene una palabra de más al ser prudente y calculador. Ha demostrado que no se apega a ningún dogma y por el contrario es capaz de plantear distintas variantes dependiendo de las circunstancias. Pero lo más importante en un país en donde sobra  talento es que ha trabajado la mentalidad de los jugadores que con confianza caminan lejos de los absurdos triunfalismos del pasado.

Capítulo aparte merecen los hinchas colombianos en Brasil que tiñen las calles de amarillo, azul y rojo. Y aunque aún estamos lejos de comportamientos ejemplares como el de los japoneses que botaron toda la basura del estadio al finalizar el partido (y eso que habían perdido), al equipo no le ha faltado aliento en Brasil en donde el apoyo ha sido masivo. Ni el pitazo final es suficiente para lograr que las barras colombianas abandonen los estadios.

Podríamos decir que nuestra patria que tanto ha sufrido merece más que nadie estas victorias, pero el fútbol no es de merecimientos. Lo cierto es que ahora se viene Brasil y tenemos equipo de sobra para seguir soñando.

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