La encuesta del Barómetro Global de Felicidad, Optimismo y Esperanza en la Economía recientemente reveló que los colombianos somos los más felices del planeta. Aunque muchos no le den credibilidad a este tipo de estudios, causa una especial curiosidad que no es la primera vez que los colombianos ostentamos esa pomposa designación. Álvaro Gómez hubiera dicho una vez más que las encuestas son como las morcillas: una vez sabes cómo las hacen, no te las vuelves a comer. Pero no deja de ser un misterio que a pesar de que en Colombia abundan los problemas de violencia, pobreza y desigualdad la gente aparentemente viva tan feliz.
Siempre se necesita que sea una persona de afuera la que nos repita las cosas para creérnoslas y en este caso fue el Hufftington Post el que nos hizo la tarea. En una reciente publicación, enumeró las 9 razones que explicarían por qué Colombia es el país más feliz del mundo. Según el diario, las extraordinarias locaciones, el buen clima, el café, los festivos, la exquisita comida, la pasión por el fútbol, las ciclo vías, los carnavales y las hermosas mujeres son básicamente las razones por las cuales a los colombianos nos brota la felicidad por los poros. Gracias a estos atributos, el país superó por 20 puntos el promedio mundial y registró casi el doble del nivel de felicidad de los Estados Unidos. Sin duda alguna, para quienes nos encontramos lejos estas razones por sí mismas ya son más que suficientes.
¿Pero cómo se puede creer esto en Colombia después de leer diariamente los hechos de violencia que se registran en los diarios? ¿Cómo es posible tanta felicidad cuando las redes sociales están inundadas de comentarios de gente indignada porque sí y porque no?
Parece que en el país del realismo mágico cualquier cosa puede pasar. Los colombianos somos echaos pa’ lante, a pesar de que Wikipedia no sepa lo que eso significa y sacamos la casta ante las más duras adversidades. Sabemos mamar gallo al mismo tiempo que a nuestros proyectos le metemos seriedad y verraquera. Somos camelladores sin olvidarnos de sonreír y cuando hacemos un sancocho lo hacemos rendir pa’ toda la cuadra. Los colombianos sabemos ponerle la mejor cara al peor de los tiempos, disfrutamos de las más pequeñas cosas y hacemos de cualquier atardecer una fiesta.
Y la lista se puede seguir extendiendo a pesar de que nunca existirá una investigación estadística que confirme que estas variables tienen un nexo causal directo con la felicidad. Lo que parece ser cierto es que las cosas que realmente nos hacen felices son las más difíciles de medir. Y eso no quiere decir que no somos sensibles a tantos problemas y dificultades que vivimos a diario. Todo parece indicar que todas estas razones combinadas con nuestros peculiares atributos nos permiten ser felices por encima de nuestra dura realidad.
Está demostrado que el crecimiento económico de un país solo contribuye a elevar los niveles de felicidad hasta cierto punto. Esto explica cómo economías en vías de desarrollo como la nuestra aún está gozando de las mieles de esa curva. En países como Estados Unidos o Gran Bretaña, los niveles de felicidad se mantienen incólumes por mucho que puedan crecer sus PIBs.
Dentro de la doctrina de países orientales como es el caso de China, la felicidad es reconocida como un valor prioritario de la sociedad que el Estado tiene la obligación de promover. En Occidente también hay ejemplos, el encumbrado filósofo Jeremy Bentham catalogó la búsqueda de la felicidad como el propósito principal del gobierno.
Por eso resulta extraño que aun en Colombia a ningún mandatario se le haya ocurrido poner la felicidad dentro de sus promesas del Plan de Desarrollo. No sería mala idea, pues no tendría que hacer mucho para en un futuro comprobar que aún seguimos siendo el país más feliz del mundo.
Twitter: @alfrecarbonell
Foto: La Piscina, Parque Tayrona, Magdalena, Colombia crédito: Fred Fraces