No cabe duda de que los descubrimientos de Charles Darwin revolucionaron la ciencia hasta el punto en que sus tesis se mantienen vigentes al día de hoy. Inclusive es muy fácil constatar su teoría de la evolución por selección natural con solo examinar nuestro propio cuerpo. Pues nosotros conservamos muchas partes que hoy no cumplen ninguna función pero están ahí porque nuestros ancestros las necesitaban. Elementos como el coxis, los tendones de la muñeca y las cordales, si bien cumplían una función esencial en los primates, hoy en los humanos no son más que reliquias genéticas. Asimismo el cuerpo conserva funciones como el movimiento de las orejas para detectar el sonido o la piel de gallina para combatir el frío que si bien hace muchos años eran indispensables para sobrevivir, hoy solo persisten como vestigios de nuestros más primarios orígenes.
Si bien estas teorías de Darwin han sido ampliamente abordadas en el campo científico, es muy poco lo que se conoce de la vida personal de Darwin más allá de las fotos de perfil en los libros de biología.
En lo personal, conocer la faceta humana de los grandes personajes de la historia siempre me ha causado una especial fascinación. Pues es curioso constatar cómo detrás del mito que edifican las grandes leyendas se pueden esconder los defectos y debilidades de la más precaria humanidad. Con el propósito de conocer un poco sobre la vida mundana del científico Charles Darwin me propuse a leer la última novela de Carlos Franz, ‘Si te vieras con mis ojos’.
Sin embargo, los rasgos humanos de Darwin pasan a un segundo plano en esta maravillosa novela que transcurre en la época en que este joven prodigio de la ciencia se encontraba realizando una expedición en Chile. Y si bien llama la atención de Darwin su inusitado miedo a la sangre, sus ataques de vómito y su obsesión por los más exóticos experimentos, la lupa de esta historia se posa en su inexperiencia en los asuntos del amor. Pues en su estadía en Chile coincide con el otro protagonista de esta novela, el pintor alemán Johann Moritz Rugendas con quien debe competir por el amor de Carmen Arriagada, una aristócrata mujer casada. Rugendas es la antítesis de Darwin, al ser el primero un artista apasionado que contrasta diametralmente con la personalidad del científico racional. Los protagonistas nos muestran dos maneras opuestas de comprender el amor y son tan conscientes de esto que lo debaten en un foro público y hasta apuestan cuál de los dos métodos le servirá a cada uno para alcanzar la felicidad. A su vez el marido de Carmen es un veterano de las guerras de independencia que calza a la perfección como cuarto elemento de esta magnífica historia. Sus aventuras amorosas los llevan a recorrer los más bellos parajes de la geografía chilena, incluyendo una travesía por el Aconcagua de donde tanto el científico como el pintor extrajeron parte de la materia prima para sus obras.
Como buena novela histórica, a pesar de estar basada en hechos reales, los vacíos de la historia son llenados con la más prolija imaginación. La prosa es tan ponderada que nos transporta con suavidad por los avatares de un apesumbrado siglo XIX. La novela es un testimonio que en el arte lo muy hermoso y lo bello esta en lo inacabado. Vale la pena leerla.
Foto: Puerto de Valparaíso, Johann Moritz Rugendas, óleo sobre tela
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