Siempre me ha gustado estar al corriente de los avances tecnológicos sobre todo sobre la manera en que estos han venido mejorando los diferentes aspectos de nuestras vidas. Sin embargo también, con la misma curiosidad le he hecho seguimiento a la otra cara de la moneda. Es decir, a los riesgos que se corren con una mala utilización de la tecnología que se encuentra al alcance de la mano. La serie británica Black Mirror desarrolla su trama con este enfoque, logrando dibujar una hipérbole del abuso de las herramientas tecnológicas que ya están prácticamente disponibles. Pues lo que más aterra es que sus episodios que ya van por una cuarta temporada, no transcurren en un futuro lejano de naves espaciales sino más bien en un presente que está a la vuelta de la esquina.
¿Qué pasaría si existiera un programa que recopilara los datos que deja una persona antes de morir para después simular en un software interactivo su manera de pensar y hablar? ¿Qué pasaría si existiera un dispositivo que se instale en la retina que le permitiera ver a una madre todo lo que hace su hijo?
Estos interrogantes y sus consecuencias desde la ética y la práctica son explorados magistralmente por la serie en la cual cada episodio desarrolla una historia independiente. De esta fórmula resultan episodios muy buenos y otros muy malos, en un amplio espectro que va desde el drama hasta el terror. Lo que resulta de estos variopintos experimentos es asombroso. Basta con imaginarse hasta donde hubieran llegado los personajes de Alfred Hitchcock o de Edgar Allan Poe con la ayuda de la tecnología para entender el alcance de esta serie. El tema político también es abordado épicamente en un par de episodios, al desnudar de distintas maneras el morbo que hoy despierta esta actividad cuando se degenera en un espectáculo sensacionalista.
Pero no hay que sustraerse mucho para aterrizar en los problemas reales que está planteando el fenómeno de la tecnología en nuestra realidad. Los datos que vamos dejando en cada interacción que tenemos han adquirido tanto valor que muchos lo asemejan al petróleo. No tanto por su costo en bruto, sino por su inconmensurable costo al refinarse. No en vano la indebida utilización de big data hoy está en el centro de una polémica mundial. Me refiero al caso de la consultora Cambridge Analytica que habría obtenido datos de unas 50 millones de personas en Facebook para obtener un beneficio injusto a favor de la campaña de Trump.
En Colombia, con toda razón, distintas voces han venido exigiendo la destrucción de todo el material electoral que quedó registrado en las últimas elecciones para proteger la privacidad del voto. Y eso que en el país aun no se ha instaurado el voto electrónico. Si este fuera el caso, generarle la confianza a los votantes sobre el buen uso de la información registrada con cada voto sería prácticamente imposible. Paradójicamente, mientras el Estado debe garantizar que el voto sea secreto, los ciudadanos en las redes sociales con cada like o comentario estamos contribuyendo a que nuestras preferencias sean cada vez más públicas. El debate esta abierto y esta muy lejos de cerrarse. Un poquito de ciencia ficción al menos nos prepara para afrontarlo mejor.
Twitter: @alfrecarbonell