Demasiado trabajo nos cuesta llamar las cosas por su nombre. Somos especialistas en usar eufemismos, artistas en dorar la píldora. A un secuestro no se le puede llamar retención. Punto. Una conducta que es un delito y que está claramente tipificada en el Código Penal, no puede tener otro nombre. Pero en Colombia a la hora de suavizar el mensaje somos campeones. Y lo más canalla es cuando se hace por condescendencia con quienes cometen estos delitos.
Que mala costumbre es adornar nuestras oraciones para deambular por las ramas. Cuanto nos cuesta ser francos. Con tal de evadir responsabilidades y de no afrontar las consecuencias de nuestros actos, no decimos las cosas como son.
“Que pena”, “disculpe” expresiones muy nuestras que revelan una predisposición a la defensiva. A pisar con cuidado con el superior jerárquico. A por ninguna razón indisponer al otro así sea obvio que no existe una molestia o interrupción. Muletillas que se repiten automáticamente. Pues en la mayoría de las veces no hay ninguna razón por la que disculparse. ¿Pero por qué lo seguimos haciendo?¿Rezagos del colonialismo?
Para el historiador Jorge Orlando Melo, la colonia española nos dejó como herencia una sociedad muy jerárquica. La conquista, los abusos, la opresión, aparentemente nos dejó un complejo de inferioridad, un servilismo como mecanismo de defensa. Un círculo vicioso que se alimenta de los abusos del opresor y del miedo del oprimido. En nuestra forma de actuar, aun aparecen cargas de ese legado cultural.
En todo caso, el escritor Malcom Gladwell aborda magistralmente el tema de los legados culturales en su libro Fueras de Serie y explica el fuerte impacto que estos pueden producir en el comportamiento de las personas. Si bien mitigar la gravedad de un mensaje al jefe puede resultar inofensivo, en otras ocasiones esta actitud puede significar un asunto de vida o muerte.
Cuando Gladwell analiza las causas del accidente del vuelo de Avianca Medellín- Nueva York que se estrelló en 1990, encuentra que una de las causas principales del siniestro se debe a la manera con que los pilotos colombianos comunican la emergencia al aeropuerto. Las conversaciones de la caja negra revelan que a pesar de que el avión estaba a punto de caerse por falta de combustible, la forma en que los pilotos lo informan a la torre de control, con frases atenuantes y minimizando la gravedad de la situación, no permitió que se les asignara con mayor prontitud una posición para aterrizar.
En mi experiencia personal, cuando mi papá se enfermó de cáncer, los médicos en Colombia, minimizaron el diagnóstico con diminutivos y palabras nobles como para no preocuparnos tanto. Asimismo el tratamiento recetado no fue lo suficientemente agresivo. Al llegar a Estados Unidos por el contrario, los dictámenes de los doctores obedecieron sin contemplaciones, a la cruda gravedad de la situación. Ya era demasiado tarde. En estos dos ejemplos, las mitigaciones en el discurso para suavizar el mensaje resultaron fatales.
Exigirles a los españoles que nos pidan perdón por los atropellos en la colonia a estas alturas no soluciona nada. Simplemente debemos aprender a decir las cosas como son.