Una de las bondades de la virtualidad es la posibilidad de conectar a miles de personas de diversas latitudes alrededor de un tema de interés común. Conversaciones en tiempo real que en otras circunstancias serían imposibles, hoy se encuentran al alcance de un click y desde la comodidad de los hogares. Esto, que hace apenas unos años podía sonar como un milagro, hoy es cada vez más frecuente en todo el mundo como efecto de la pandemia. Sin duda, nuestro país debe seguir avanzando para poder superar los problemas de conectividad que persisten en muchos hogares, pues la virtualidad llegó para quedarse.
En días pasados tuve la fortuna de disfrutar de un destello de esta magia que nos brinda la conectividad. En mi ejercicio como lector, como le sucede a la gran mayoría, difícilmente tengo la posibilidad de interactuar con los autores que me gusta leer. A pesar de que existen muy buenas ferias y eventos en nuestro país, por mis ocupaciones me cuesta mucho sacar el tiempo para asistir.
La última edición del Hay Festival que se desarrolló a través de una plataforma virtual contó con un amplio abanico de escritores e invitados de lujo. Tuve la fortuna de escuchar a personajes que solo conocía a través de sus creaciones, como Isabel Allende, Leonardo Padura y Rubén Blades. Asimismo, el excelente nivel de los entrevistadores permitió sacarles el mejor provecho a los invitados como el caso de la brillante entrevista que le hizo Juan Carlos Botero a Arturo Pérez-Reverte o las que condujo con acierto Mabel Lara. Además de la riqueza que se puede extraer de las conversaciones, las charlas sirven de abrebocas para antojarnos de todo tipo de ensayos y novelas.
Un escritor que sigo hace algunos años y que es cada vez menos desconocido captó mi atención. Se trata de Joël Dicker, un joven suizo de 35 años que ha venido irrumpiendo en todos los continentes con sus novelas de ficción. Desde que leí su primera novela, Los últimos días de nuestros padres, de la cual hice alguna reseña en este blog, he seguido enganchado con este escritor novela tras novela. Como bien lo señaló, él tiene claro que en sus novelas el lector es un sujeto que juega un rol bastante activo, pues una vez impreso el libro, el escritor ya no puede volver a intervenir. Lo asimila magistralmente a un partido de tennis entre el lector y el escritor, en donde hay una constante réplica y en donde cada uno hace un esfuerzo del 50 %. Hay una frase muy antigua del novelista Andre Maurois que describe a la perfección esta idea: “La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta.” Por eso Dicker señalaba que la literatura, sobre todo en el contexto de la pandemia, representa una alternativa de distracción muy activa, mucho más que la televisión.
Joël concibe la literatura como un encendedor que despierta inquietudes, más no como un vehículo para presentar una verdad revelada. Entiende la lectura como un ejercicio para detenerse y descubrir aquellas imágenes que resuenan en nosotros. Seguramente se refería a aquellos chispazos que se producen cuando concurren sentimientos y emociones comunes entre las partes. Esas pequeñas conexiones que suceden entre el escritor y el lector y con las que se va forjando una complicidad.
Que esto a la vez trascienda el tiempo, los idiomas y las culturas nos confirma la grandeza de nuestra humanidad. Precisamente Padura evocó este tema recordando una frase de Unamuno, una verdadera perla: “En la literatura hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado lo eterno.”
Aplausos de pie para este tipo eventos en donde se exalta y se promueve la cultura y en especial la literatura. Sin duda, me hubiera gustado escuchar muchas más de estas exquisitas charlas. Ojalá más temprano que tarde se puedan seguir haciendo estos festivales, combinando el formato presencial con el formato virtual.
Twitter: @alfrecarbonell
Foto: Cartagena de Indias, ciudad amurallada, adquirida en unsplash