Hace 3 años escribí una crónica sobre la historia del Teatro Odeón en Bogotá. A pocos días de la feria de arte contemporáneo Odeón que se realiza en el mismo lugar, me parece oportuno que salga a la luz.
Noche tras noche corre sin cabeza la gallina culpable. El veredicto ha sido fulminante y ante la sentencia de muerte el público aclama, se ofende o indigna. Pero hoy el ave vivirá, el clamor de los asistentes obliga a la Dama de la Justicia, encarnada por una joven actriz argentina, a declarar inocente a la mamá de los pollitos.
Fue Fanny Mikey la responsable de este acto improvisado en la función de Delito, condena y ejecución de una gallina, obra del autor guatemalteco Manuel José Arce. Esa noche los asistentes discutieron sobre qué tan lícito era matar o no al ave. La polémica no podía ser más significativa en medio del simultáneo sacrificio y desaparición de inocentes en Argentina.
Como ya era tradición la apuesta escénica del TPB, Teatro Popular de Bogotá, era innovadora y la de 1973 no fue la excepción. Este montaje ya había logrado que autoridades colombianas prohibieran la muerte de la gallina en el escenario, invocando para ello la ley protectora de animales. Una gallina agradecida vivió esa noche en la trastienda del antiguo Teatro Odeón, solo para quizás terminar en el sancocho del día siguiente.
Esa fue la suerte de la gallina. O al menos así fue contada en el libro de los 25 años del TPB. Un relato, que como tanto otros del mundo del teatro, tiende a convertirse en fábula bajo las especiales habilidades del narrador y más si este ha sido un personaje vinculado a las tareas teatrales. El actor es quien ofrece al público esa fantasía, pero en últimas le corresponde a los otros decidir creerle. Es por eso que la vida de la gallina dependía de la decisión de los espectadores y esta no siempre fue a su favor.
En Argentina, donde también se llegó a presentar la obra, el monstruo del público no fue indulgente y aunque también se había prohibido su ejecución, en la última función se exigió su muerte. Los asistentes, estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, abogando a la autonomía universitaria, instaron a que sí se cometiera tal hecho. Eran los años finales de la dictadura militar y este acto cobraba así un sentido político.
El TPB, el teatro que revolucionó Bogotá
Pensar en hacer un teatro comprometido fue lo que permitió que en 1968 Jorge Alí Triana, Jaime Santos y Rosario Montaña, egresados de la Academia de Teatro de Praga, concibieran la idea de fundar el TPB, primero arrendando el espacio del Teatro Odeón a la Universidad de América y luego, comprándolo. Para Carlos José Reyes y Luis Alberto García, dramaturgos colombianos que estuvieron vinculados durante distintas épocas al desarrollo de este teatro, es claro que esta propuesta buscaba marcar la diferencia.
“Su apuesta era dar una idea de lo que es Colombia y en esa tarea no solo estaba el TPB sino también otros teatros como La Candelaria. Necesitábamos un teatro con unos objetivos bien definidos y ese objetivo era participar en la transformación de la sociedad”, señala García.
Esta afirmación también la corrobora el maestro Carlos José: “el criterio de las obras era usar los grandes clásicos para tratar de acercarlos al público contemporáneo. Donde los problemas más profundos tuvieran analogía con las problemáticas contemporáneas”.
De esta forma se realizaron con éxito montajes como La Mandrágora de Molière, Las Sillas de Ionesco, La muerte de un viajante de Arthur Miller y obras de autores como Boldoni, Brecht y Chejov, entre otros.
Poco a poco el TPB fue generando prestigio, llegando a ser referente de la actividad cultural en la ciudad y en el país. Por sus tablas pasaron actores como Carlos Barbosa, Fanny Mikey, Víctor Hugo Morant, Gustavo Angarita, Waldo Urrego, Vicky Hernández y Jairo Camargo, entre otros. Podría decirse que la gallina de marras tuvo la fortuna de compartir escena con algunas de estas figuras, así fuera por corto tiempo.
Luis Alberto García, quien para la época de ese montaje se desempeñaba principalmente como director de escena del teatro, recuerda que uno de los montajistas era el encargado de la ejecución, pues ningún actor sabía cómo realizarla. Su rol en la obra era específicamente el de permitir que la sangre del ave corriera por el escenario.
Sin embargo, esta no fue la única sangre que por aquella época recibió el tablado del Odeón. Como una manera de solventar costos, la sala fue alquilada a otros grupos. Uno de ellos fue el responsable de un derramamiento de sangre que el dramaturgo Carlos José Reyes recuerda especialmente. “Hubo un grupo del director Genaro Torres Preciado. Él usaba sangre de toro en una escena donde asesinaban a un personaje y traía sangre del matadero para darle realismo a la representación. Echaba sangre sobre el escenario y después quedaba oliendo pésimo todo el teatro porque esta se metía dentro de los huecos del tablado. Tocaba echarle formol y vinagre al piso para quitarle ese olor”.
Por esa época, Reyes no estaba vinculado al TPB pues trabajaba junto a Santiago García en la recién creada Casa de la Cultura, que luego se conocería como Teatro La Candelaria. Debido a esto, su primer vínculo con el TPB sólo fue adaptando algunas obras que se presentaron en este escenario, como Tartufo de Molière y Julio César de Shakespeare.
Las vidas tanto de Reyes como de García forman parte de la historia del Teatro Odeón durante épocas diferentes y en períodos fluctuantes. Las tablas y este espacio los unieron y eso se aprecia al charlar con ellos. Su voz potente y pausada como entonada para relatar y recordar esa época, los ademanes en sus manos en el caso de Reyes y la mirada fija de García demuestran la autoridad para hablar de estos temas. Dos grandes bibliotecas apoyan tales afirmaciones. Curiosamente allí fui recibido en ambas ocasiones. Éramos ellos, la escena, los libros y yo. No podía ser de otra manera.
Aun así, Carlos José Reyes contaba con una compañía adicional. Sasha, una perrita color chocolate que estuvo durante toda la charla recostada a nuestros pies. Varias veces le alargué la mano para rozar su cabeza, mientras su dueño me contaba anécdotas como las de la sangre de toro. Resultaba surreal esta escena, pero, qué en el mundo del teatro no lo es.
(Continuará)
Parte II: Lo que cuentan los muros del Odeón
Parte III: Teatro Odeón, guardián de utopías (III)