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“¡Descubrimos un mural de la Colonia! ”, gritaron desde una de las paredes del teatro. Los actores, montajistas y demás personas que ayudaban en la remodelación del TPB rodearon la extraña imagen, que apareció luego de quitar algunas capas de pintura. La emoción llenó el lugar, aunque solo fue por menos de un minuto. Carlos José Reyes la truncó al comentar que esa pintura que parecía un Cristo pero con elementos de estilo precolombino la había hecho en 1962 el pintor Enrique Sánchez Martínez.

El encargo fue para la obra Asesinato en la catedral de T.S. Eliot, que se montó en la sede del Odeón, cuando allí funcionaba el teatro El Búho del dramaturgo Fausto Cabrera. Este grupo fue considerado la primera sala de teatro independiente de Colombia y la anécdota del mural pseudoprecolombino da cuenta de toda la historia que se esconde en aquellas paredes.

Cuando en 1958 se trasladó El Búho al predio de la Avenida Jiménez con carrera quinta, la sala no sobrepasaba las 60 sillas mientras que para la época del TPB alcanzaron a ser 200. Quizá este fue el período de mayor esplendor de este edificio, aunque la vida del teatro había comenzado en 1941. Después de ser teatro dedicado al cine, bajo el nombre por el cual es reconocido, el lugar llegó a ser cabaret, albergue para niños y hasta imprenta.

Debido a este último uso, las condiciones físicas del teatro cuando llegó El Búho eran deplorables. “Nos tocó cambiar todo el piso y la parrilla del teatro”, recuerda Reyes. El haber estado en esa ocasión lo hace una de las personas que más conocen los secretos arquitectónicos de este lugar.

En aquella época el edificio se tomó en arriendo. Los sueldos eran de 80 pesos por una temporada de un mes (cerca de 10 o 20 mil pesos actuales). Esto, sumado al costo de sostenimiento, no alcanzaba para cubrir los costos, por lo que para 1963 se presentó la oportunidad de trasladar la sede de El Búho a la Universidad Nacional.

En los años siguientes en el Odeón funcionó la sede de la Corporación Festival de Teatro y luego el sitio lo tomó la Universidad de América. Durante este período Luis Alberto García se desempeñaba como director de su grupo de teatro y cuando el TPB tomó este espacio, García pasó a integrarlo de manera formal como escritor, director de escena y eventualmente actor del grupo. La primera obra del TPB en el Odeón fue Pensión para solteros de Sean O’Casey, adaptada por Jaime Santos.

Durante estos años, García como mano derecha de Jorge Alí Triana, buscó cultivar el objetivo de construir una dramaturgia colombiana. Esta idea fue cobrando fuerza, primero con Toma tu lanza Sintana, pero se consolidó con I took Panamá, ambas de autoría de García. A juicio de Carlos José Reyes, Toma tu lanza… aún se quedaba en el nivel de caricatura, mientras que la consolidación se consiguió a partir del montaje de I took Panamá.

En su primera puesta en escena, la de 1973, la obra alcanzó 500 presentaciones y gira nacional,  para luego volverse a realizar en 1980 y 1983 con igual éxito. El episodio que da argumento a la obra es la separación de Panamá y es abordado bajo una mirada crítica y satírica de lo ocurrido. Esta postura en su momento significó la identificación de dos bandos divididos en el grupo del TPB.

Para su autor, “hubo discusión dentro del grupo pues a algunos no les gustó porque vieron en ella intenciones al querer hacer una especie de ataque al imperialismo. Yo lo que personalmente quería hacer era plasmar en el teatro una hoja de la historia de Colombia que era muy importante”. Según su recuerdo, dentro de esa postura estaba Fanny Mikey, quien para esa época era la directora ejecutiva del TPB. Como Jorge Alí también estaba de acuerdo con hacer el montaje, este pequeño incidente se superó y la obra fue estrenada con los resultados ya conocidos.

Esta fue la época dorada del TPB. La presencia de Fanny y su gestión habían generado sostenibilidad al teatro, permitiendo pagar un sueldo fijo a sus actores. Su rol en esta historia es más que relevante según se percibe en los comentarios de ambos dramaturgos. Reyes, fundador en ese momento del teatro El Alacrán, recuerda que el criterio era: “nosotros no podemos vivir sin el público, no solo por el aspecto artístico sino sobre todo por el económico. Mientras no tengamos un teatro fuerte económicamente, no podremos pagarles a los actores ni hacer un teatro profesional de verdad. Esa era un argumento discutible o no, pero ese era”.

Elenco de la Obra Romeo y Julieta

Elenco de la Obra Romeo y Julieta

Equipo tècnico y elenco de la Obra Romeo y Julieta.

La capacidad de Fanny para conseguir apoyos estatales y privados también la destaca el creador de I took Panamá. “Tuvo la excelente idea de vender las butacas de la sala y quienes las compraban, tenían derecho de llegar directamente a su asiento en la función. Esa economía que estableció permitió que se les pudiera dar a los actores un pago mensual.  Su objetivo era que mientras un grupo no tenga la capacidad de sostener a sí mismo económicamente, no se puede hablar de teatro profesional”.

Esto permitió que el teatro pudiera irse de gira nacional por largas temporadas y en esos entretantos se tenía un doble reparto o se subalquilaba a otros grupos la sala. Por eso, cuando Fanny se fue del TPB para formar el famoso café concierto de La Gata Caliente y luego fundar El Teatro Nacional, su ausencia se sintió. Muchos de los apoyos que ella conseguía se fueron también con su partida.

Este incidente, a mediados de 1976 y 1977, dio inicio una nueva época para el TPB.  Se comenzó a gestar un gran proyecto que sería su salvación,  pero que a la postre también lo llevaría a su fin.

Un acto final

Por esa época, Jorge Alí Triana y Carlos José Reyes fueron convocados para escribir la serie para televisión Revivamos nuestra historia. Luego de un tiempo, Jorge Alí, viendo las afinidades de trabajo, le propone a Reyes una fusión con el teatro El Alacrán. “Me dijo: te propongo que nos unamos. Y empezó una campaña para remodelar el TPB y convertirlo en el Centro De Artes Dramáticas y Audiovisuales del TPB”, recordó Reyes.

Reyes tenía una casona en La Candelaria donde funcionaba su teatro y mientras se realizaron las obras, el TPB funcionó allí. El proyecto contemplaba la remodelación y ampliación del Odeón, dejando un nuevo edificio para la parte administrativa, el cual se hizo a cambio de la entrega de la casa de El Alacrán por un predio aledaño al TPB.  En un extremo permanecería el teatro original y se realizaría una plazoleta como parte de un compromiso con la administración local.

El proyecto era ambicioso. Como acota Reyes, “se tenía planeado hacer un gran ascensor para poder subir escenografías y equipos hacia el estudio de TV que estaba en la parte de arriba. La idea era alquilarlo para hacer programas y grabarle a programadoras nacionales, pero a la hora de la verdad para poder hacerlo se necesitaba de un apoyo económico muy grande”.

(Video realizado por VICE Colombia, que cuenta también la historia del Odeón)

Para llevar a cabo esta peripecia se vinculó a la junta directiva del TPB Gloria Zea, quien consiguió que la fiduciaria Scala abriera una fiducia para la remodelación de la obra por un valor de 80 millones de pesos de la época.  “El cascarón del teatro se dejó pero el escenario y la silletería se cambiaron. Además se abrió un agujero enorme para un sótano. En la parte de abajo estaba la cafetería”, enumera Reyes al hablar de este proyecto.

Esa fiducia marcó el acto final del TPB y del espacio arquitectónico del Odeón. El telón se cerraría finalmente hacia 1997 cuando la deuda adquirida se elevó a 500 millones de pesos, una cifra impagable en ese momento. “Vino una etapa muy complicada pues no había cómo pagarle a la fiduciaria la obra que se había hecho. De dónde Jorge Alí y yo íbamos a sacar lo que se debía. Por lo tanto, el  TPB se disolvió”.

Es por eso que en varias entrevistas posteriores Jorge Alí Triana recuerda con cierto dolor lo ocurrido en este lugar, en el cual alcanzó a dirigir más de 50 estrenos. Jorge Alí ha señalado que luego del cierre este lugar llegó a significar lo mismo que un hijo muerto y visitarlo era  ver el “cementerio de una utopía”.

Para el momento del cierre del TPB, Luis Alberto García ya no era parte del grupo de teatro pues había enfocado su carrera a la televisión. Por su parte, desde 1992 Reyes había sido nombrado como director de la Biblioteca Nacional por lo que sus últimos montajes con el TPB en realidad fueron en 1989. Estos fueron los años en que hacer parte del TPB representó gran fama y prestigio para los actores. Una época de innovación, riesgo y propuestas que consolidaron y vitalizaron el teatro nacional.

Respecto a lo sucedido con el TPB, el autor de I took Panamá es menos nostálgico que Reyes, asumiendo que los hechos fueron especiales cuando sucedieron pero que es necesario seguir adelante.  Por su parte, para Reyes fue determinante en la caída del TPB la falta de una política cultural en la materia, cuestión que a su parecer ha venido cambiando en los últimos años a raíz de políticas públicas como las salas concertadas.

Eso augura que no se repitan casos como este y que la historia de este teatro se pueda conocer. Se trata de reconocer el trabajo anterior y valorarlo. Como manifiesta este director dedicado ahora a la investigación, “en la cultura debe existir siempre un juego permanente entre renovación y tradición, no se puede renovar sin tener en cuenta la tradición y el enorme río urbano que va formando la historia”.

(Continuará)


Parte I:  Teatro Odeón, guardián de utopías

Parte III:  Teatro Odeón, guardián de utopías (III)

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Periodista colombiano, curador digital, zurdo e hiperactivo. Cine, gestión cultural, audiovisuales, periodismo y nuevas tecnologías, de eso se compone este sombrero de mago. CARPE DIEM pero, CAVE CANEM.

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

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Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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