Con tres años de retraso y un estreno limitado, llega a salas selectas la película Balada para niños muertos, del realizador caleño Jorge Navas.
Para Navas aún hoy es pertinente contar algo más sobre este escritor y en un primer momento pareciera que esta premisa se cumple al adentrarse en el círculo más íntimo y familiar de Andrés. Un lugar que explicaría sus obsesiones, miedos e intereses a partir de esos primeros años en un entorno sobreprotector y marcado por el sino trágico de la muerte.
Es un acierto del director plantear esa relación de Andrés con lo macabro aún antes de que esto se hiciera visible en sus textos e intereses cinematográficos. De esta manera se va llevando al espectador por un camino donde se cuenta la vida de alguien a partir de la muerte. Esto muy acorde a una forma narrativa que justamente hizo distintivo al grupo del Cali: el concepto de gótico tropical.
Para dar cuenta de esto vamos a ver en el documental extractos de películas y textos que marcaron a Andrés como La noche de los muertos vivientes(1968), de George Romero; o los relatos H.P. Lovecraft. Relatos con los que incluso soñó llegar a Hollywood a partir de unos guiones adaptados. A esto se le suman testimonios de sus hermanas así como de las fuentes habituales para hablar de ‘Caliwood’. Sandro Romero, Luis Ospina, Ramiro Arbelaez y Oscar Campo,entre otros; desfilan de nuevo ante nuestros ojos.
Es allí donde el documental se pierde en terrenos ya conocidos y deja en el aire la pregunta si vale la pena volver a la figura del autor de Angelitos empantanados. Si es para reafirmar de nuevo un mito que ya se ha desdibujado o es para por fin hacer un homenaje por años retrasado. En un principio la premisa funciona al permitir conocer más las obsesiones autorales de Caicedo, no solo a partir de sus influencias literarias sino del entorno en el que se formó. Sin embargo la fórmula rápido se agota y Navas empieza a trasegar por otros terrenos que van borrando esa distancia que en un comienzo planteó.
Así vemos cómo vuelve a material audiovisual de archivo propio y ajeno, intentando no solo mostrar las influencias de Andrés sino las que el director mismo tuvo. Vemos fragmentos de Calicalalabozo y de su célebre cortometraje Alguien mató algo (2000),el que quizás se acerca más a esa imagen de Caicedo que el director busca moldear en este documental.
¿Y cuál es el Andrés Caicedo de Navas?, podría uno cuestionarse a estas alturas ¿El hermano melancólico y afectuoso, el autor inseguro, el hijo rebelde o el amigo inquieto e irreverente? Luis Ospina indica en algún fragmento que su otrora compinche podría llegar a ser todo eso, en lo que hoy llamaríamos una persona con rasgos maníacos depresivos o bipolares. De aquello da cuenta por fortuna no solo los testimonios sino también esas cartas que él fue escribiendo y que son puestas en voz en off a lo largo del metraje. Se percibe allí la angustia personal de Andrés frente a su obra y así mismo. Ese deseo que lo lleva a su ¿evitable? suicidio.
Cuando Navas avanza hacia ese terreno, ya conocido y retratado en otras obras audiovisuales, se va perdiendo más aun el norte planteado en este documental. En lo personal me resultan mucho más llamativos los momentos vivenciales donde encontramos a una de las hermanas de Andrés recorriendo las ruinas de la casa de su niñez o el antiguo teatro donde funcionaba cineclub de Cali, ahora convertido en una iglesia cristiana. Son esos pequeños episodios los que logran transmitir la necesidad de pensar a Andrés Caicedo más vivo que nunca y no solo en el recuerdo.
Sin embargo el director naufraga entre estas decisiones, el uso de material de archivo y entrevistas, ya usadas en otros documentales recientes; para intentar armar una narrativa que no logra consolidarse en ninguno de estos elementos. Balada para niños muertos termina así siendo un puente prometedor, pero prescindible, para conocer otra faceta de la figura de Andrés Caicedo.
Nos quedaremos sin saber si Cthulhu podría haber transitado por la calle Quinta al ritmo de salsa.