Los otros son todo lo contrario. Los pesimistas son envidiosos y a los optimistas les da alegría cuando a sus amigos les va bien. La gente chismosa es destructiva y peligrosa, en cambio, los que no lo son, suelen ser ordenados y tienen buena ortografía. A la gente chismosa, en la mañana, los levanta de la cama una nueva sospecha. A los otros los mueven otro tipo de acciones. Los unos son mojigatos y rezanderos y los otros son menos cabeza hueca. Los pesimistas son mediocres, impuntuales y racistas. El chismoso es imprudente y orgulloso; el que no lo es sabe guardar secretos y por lo general es buen amigo.

Ellos tienen contactos secretos y suelen estar al tanto de todas las novedades. A la jovencita embarazada la señalan con el dedo y por teléfono le cuentan a medio barrio la noticia. En lugar de caerle como un buitre y señalarla con alborotos, los que no son chismosos la apoyan y le aconsejan que lo mejor es no practicarse un aborto. La convencen con palabras amables de que no es la única que enfrenta esta situación y le hacen ver que estar en embarazo no es tan grave.

Los chismosos dejan lo que están haciendo, incluso si puede que se les queme el arroz, y son los primeros en llegar al lugar donde ha ocurrido un accidente. Allá se alimentan de testimonios diversos y arman rápidamente su propia versión. Son de los que no mantienen la distancia y viven causándoles molestias a los policías y entorpeciendo el rumbo de las ambulancias. Se codean con los que van llegando y en dos minutos les explican lo que ha pasado. Por lo general creen que el accidentado no tiene suerte y opinan que va a morir. Son los últimos en abandonar el lugar y cuando se les quema el arroz consideran que ha valido la pena.

Los chismosos, cuando son empleados, resultan indispensables para los administradores y jefes. Ellos los mantienen al tanto de todo lo que va ocurriendo. Los otros empleados conocen la situación y evitan algunas cosas cuando el chismoso está presente. Cuando el chismoso se enferma, y no va a trabajar, los demás empleados sienten como si el Gran Hermano hubiera desaparecido. Sin el chismoso la vida laboral es menos estresante. A todos se les ha ocurrido que sería lindo golpear al chismoso.

No se trata de que el chismoso desaparezca para que en su ausencia y en la del jefe los empleados usen el celular o armen recocha. Se trata de ser ateo si se da el caso de serlo. De repudiar a los ex presidentes que repudiamos en medio de las discusiones cotidianas. Se trata de ser cada quien como es, sin sentir que por ser así vamos perdiendo nuestro empleo.

Tanto en el trabajo como en el barrio hay siempre un viejo o una vieja chismosa. Los vecinos chismosos por lo general cobran pensión y por eso no trabajan. Como no trabajan, viven de la vida de los demás. Fuera de casa se dedican a chismosear, adentro, se pasan las horas mirando por la ventana y molestando a los niños que juegan con un balón. Nadie sabe desde dónde ejercen en la madrugada, el caso es que siempre se enteran de la hora a la que vuelven a casa sus vecinos. Se inventan historias a partir del contexto y muchas veces tienen razón. Saben todo lo que uno piensa que nadie sabe.

El chisme se traduce como la necesidad que tienen algunas personas de enterarse y comunicar la vida íntima de los demás. Para ser chismoso hay que tener muchos contactos. Los que lo van conociendo saben que en el chismoso no pueden confiar y por eso mantienen la distancia. Un amigo en el que no se puede confiar no es un amigo.

Pero no todo es tragedia. De tanto chismosear los chismosos le han sacado punta al arte de contar y los finales de sus narraciones resultan sorprendentes o conmovedores. Ellos saben por dónde empezar y por dónde acabar. Evitan las repeticiones, saben cuándo extenderse y cuándo ser breves. El chismoso necesita acción, transgresión y mucha suerte. El chismoso es un cuentero particular. El que se enreda al contar es nada más que un aficionado. Para ser un chismoso real es importante saber contar.

 

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