Foto: Ciudad Lunar

Entre el árido desierto y la tempestad agreste. Sobre lo arenoso de la superficie y debajo del vehemente sol. Dentro de una cultura ancestral que transcurre generaciones y muy cerca de una brecha que cada vez parece romperse más. Justo ahí se sitúa ‘Pájaros de verano’.

Esta es la nueva apuesta cinematográfica de Cristina Gallego y Ciro Guerra, quienes en esta oportunidad hacen un trabajo de codirección.

La historia se centra en una familia indígena wayúu encabezada por Rapayet Abuchaibe (interpretado por José Acosta), su suegra Úrsula Pushaina, (interpretada por Carmiña Martínez), y su esposa Zaida Pushaina (interpretada por Natalia Reyes), quienes se ven involucrados, de forma inocente, en una guerra a causa de la llamada Bonanza Marimbera que tuvo lugar a mediados de los años 70 en Colombia. Esta familia se verá inmersa en situaciones que pondrán a prueba la lealtad, la amistad y la ambición, dejando entrever un trozo de realidad que hace parte de nuestro pasado visto e interpretado con crudeza.

Está dividida en cinco actos que hacen sumergir al espectador en la trama de manera casi exponencial. Y el tesoro que revela es, además de una tradición cultural que para algunos es forastera, un ejemplo de llevar a la pantalla realidades sin irrespetar una idiosincrasia.

La cinta maneja una fotografía impecable por separado, casi rústica, una cámara intrépida y omnipresente que sigue a los personajes para arrinconarlos pero que también los observa de cerca sin dejarse ver. El tono visual de la historia va cambiando y eso la hace, en ocasiones, irregular. El montaje funciona muy bien, entre otras cosas porque al segmentar la historia en partes, así tenga una narración lineal, es de fácil seguimiento y propone un camino que apunta a un final explosivo. Y así lo es.

Las actuaciones son perfectas, una Zaida contenida que apenas pronuncia un par de palabras, pero que descresta con solo miradas y movimientos. Una Úrsula imponente pero cautelosa, un reflejo de la mujer líder y que trasciende. Un Rapayet que se transforma, que deja ver a través de los segundos cambios en su psiquis.

El trabajo, tanto de investigación, como cultural y cinematográfico, es asombroso. Todo parece estar pensado, cuidado y tratado con delicadeza. La magnitud de esta producción es inimaginable y sorprende por su apuesta y su músculo artístico tan poderoso.

Al final, y después de cualquier análisis, puedo decir que lo especial de esta historia radica en que por fin podemos ver, en la gran pantalla, una apuesta que refleja el pasado colombiano a veces ‘tan mal contado’, pero esta vez expuesto desde el interior, sin necesidad de acudir a estereotipos ni a miradas ajenas o forasteras. Desde ahí, la película ya es vencedora.

¿Pájaros de verano es entonces otra historia más de narcotraficantes? No.

9 claquetazos de 10.