Una ciudad tornasolada pero gris, húmeda pero cálida, llena de vida como de muerte, insulsa pero seductora, esa es la Ciudad Gótica que lleva a la pantalla Todd Phillips, director y co-guionista de Joker.
Desde el segundo 1 hasta terminar sus poco más de dos horas, que se hacen cortas, Joker nos azota la consciencia desde lo más profundo.
Un grandioso Joaquin Phoenix da vida a este personaje incontrolable, absolutamente lleno de tonalidades y perdido entre los escombros que va dejando la ciudad mientras se derrumba. Cada risa y sonrisa se siente tan real como irreal, el trabajo emocional y físico de Phoenix es digno de aplaudir.
La película transita por muchos territorios delicados, y creo que por eso ha generado tanta polémica. Desde donde yo la veo, logra grandes resultados al exponer con gran naturalidad una enfermedad mental como la que sufre Arthur Fleck, dejando ver un personaje sensible y lleno de miedos, que a la vez lucha por un sueño que parece imposible, exponiendo así una ‘sociedad no sociedad’, que no convive ni coexiste, sino que repele y se rechaza a sí misma.
La música es una constante tragedia que nos transporta a otra época, se inmiscuye en los oídos para elevar la imagen (que de por sí ya es maravillosa) a un nivel celestial.
El final es épico, un Joaquin Phoenix transformado que finalmente nos da ese Joker irreverente que muchos esperábamos presenciar; es el desenlace de la metamorfosis que vive el personaje a lo largo de la historia. Un monólogo brillante que cuestiona las motivaciones implícitas que tenemos los seres humanos para sacar provecho de la pobreza, del enfermo, del desahuciado, del que no pudo hacer lo que nosotros sí.
No sabría decir a ciencia cierta qué es lo que ‘Joker’ hará que cada cual reflexione. Lo cierto aquí, es que nadie saldrá de la sala de cine sin hacerse preguntas y sin sentir que irremediablemente algo en su cabeza se ha movido de lugar.
¿Joker incita a la violencia?
Este, seguro, será un gran tema de discusión, pues se entiende que el personaje mismo es una ilustración de la violencia; mas cuando es una violencia que como espectadores justificamos. No en vano la tercera parte de la película se encarga de mutilar consciencias y ponernos en un lugar en el que empatizamos con Arthur. Desde mi perspectiva, lo que le molesta al espectador es que las imágenes son un espejo, y díganme, ¿cuándo ha sido fácil mirarse al espejo? Son precisamente estos temas, que pareciera no podemos tocar, los que más desequilibran los esquemas que tenemos.
¿Resuelve esto la pregunta inicial? Pondré la respuesta en manos del mismo Phoenix:
«No veo la glorificación… Hay cosas que necesitamos hablar, explorar, de las que no deberíamos huir… Acusar una película de glorificar la violencia es absurdo. Y no creo que sea responsabilidad de un cineasta enseñar moralidad al público: usa tu jodida cabeza».
Hablar de esta película, describirla, descifrarla, es realmente difícil. Contarla es casi un homicidio frente a lo que en esencia es; creo que nadie podrá ilustrar con certeza lo que se siente, lo que se ve, lo que se escucha, lo que se imagina al verla. Por eso es una película que no pueden dejar que les cuenten, jamás será lo mismo a contemplar, y lo digo sin temor alguno, semejante obra de arte.
En cuanto a mí, salir de la sala de cine sin palabras, con un gran nudo en el pecho y una maraña de ideas en la cabeza, fue suficiente.
10 claquetazos de 10.