España. Años cincuenta. Sociedad patriarcal y, por supuesto, homofóbica.
Bajo ese telón general abre sus puertas la nueva serie de Manolo Caro, a quien conocimos por ser la mente creativa de La casa de las flores.
La serie, estrenada en Netflix hace algunos días, cuenta el regreso a casa desde México de Gabino (interpretado por Alejandro Speitzer), quien es recibido con Lázaro (Isaac Hernández), un amigo que despierta dudas entre la familia burguesa de Gabino por su sexualidad.
Esta miniserie de 3 episodios somete al espectador a un viaje gris, monotemático, repetitivo y cruel.
La cámara de Manolo Caro se mueve bien, se acerca a los personajes de manera íntima y fiel. Lastimosamente, no es algo que no hayamos visto antes.
El reparto carece de química y se crean relaciones de la nada, sin una estructura argumental clara. Son Cecilia Suárez (Mina Falcón) y, en especial, Ernesto Auterio (Gregorio Falcón), quienes sacan la ‘media cara’ que tiene esta producción. Y aún así, no es suficiente…
Ester Expósito se conforma con calcar su reconocido personaje en Élite, se ve una Carmen Maura un tanto desperdiciada, un Isaac Hernández primerizo y bastante imperfecto, y un Carlos Cuevas reducido a su más mínima expresión. Pero, sobre todo, un Manolo Caro tratando a como dé lugar tener una voz de autor. Y lo logra, pero no resulta ser la mejor.
Bastante irregular, llena de clichés narrativos y visuales, gritando a toda voz ser salvada, y con un clímax carente de emoción y sentido, Alguien tiene que morir muere incluso antes de nacer.
3 claquetazos de 10.