Así como con el tiempo desapareció la clase media y la gente dejó de guardar los frascos de mermelada para usarlos como vasos, también desaparecieron del panorama unos importantes personajes parte de la idiosincrasia bogotana: Los señores. Eran algo que antiguamente uno podía ver, unos hombres de 35 a 40 años enfundados en sus trajes de paño gris, caminando apurados por chapinero o el centro mientras miraban el reloj con el ceño fruncido. Eso era un señor.
Pues resulta que ahora los señores ya no se ven, desaparecieron entre los hipster del milenio que se resisten a envejecer y los ancianos fiesteros que no saben que hacer con su dinero. Además, la universalización del jean por parte de personajes de la televisión como Rick Hunter, que lo usaban con saco de paño, desplazó el traje formal reduciéndolo a mero uniforme de uso obligatorio en bancos y empresas de mensajería, y relegando a aquel que usa pantalón de paño al nivel de “calentano recién bajado de la flota”. Para colmo, en los barrios finos el traje de paño no luce si no va acompañado de un mercedes o un Audi porque “no soy un señor, soy un brillante ejecutivo.” Un Aveo engallado va mejor con unos jeans y una camisa, hasta un Spark aguanta ese atuendo. Es así como el señor quedó relegado a su Sprint, su Zastava o a un Monza 2 litros, sin lujos pero bien cuidadito. Algunos pocos andan en un Renault 9.
El señor dejó de ser una persona para convertirse en un concepto negativo, en sinónimo de anacronía y aburrimiento. Por eso el hipster no usa más que el bigote y tal vez algún pedazo del atuendo formal, la corbata, el saco, o en casos extremos un pantalón de fieltro entubado combinándolo con gorros de lana o camisetas de esqueleto con estampados modernos, porque el hipster debe demostrar que a pesar de estar viejo conserva su espíritu juvenil.
Lo de ahora es el “adulto contemporáneo”. Gente vieja que se saluda con un abrazo de rapero y golpe en el pecho, o que se grita desde la otra calle el apodo cuando se ven en la 15 . Ya no se saludan con un “buenas tardes señor Ayala” o “Hasta luego don Eduardo”. Y por ese mismo camino de la extinción va el apretón de manos, utilizado únicamente para celebrar acuerdos financieros, porque ahora toca rozar los dedos y darse un puñito como el de los gemelos fantásticos. Y todo esto por el temor a envejecer, porque en esta sociedad se debe pasar automáticamente de la juventud a la senilidad, no hay espacio para la madurez. El joven debe trabajar todo lo que pueda, ojalá sin hijos ni ayudando a su familia. Solo, como debe ser, ahorra y escala sin parar hasta llegar a una edad de retiro, preferiblemente los 70 años, luciendo aún joven, rumbeando y pasándola bueno porque que mamera parecer un señor.
Adiós a los señores y bienvenidos los ancianos fiesteros como Julio Correal, que resaltan en las rumbas electrónicas entre los nuevos señores con sus bigotes de moda, sus chalecos de rombos, sus zapatos puntudos y los jóvenes de 20 que se vuelven amanerados para parecer más sofisticados. Así vamos bien.