Cuando un bogotano viaja no viaja por conocer. En realidad viaja porque cuando se reúna la familia a saludar y a ver quien tiene más plata, no puede quedar uno como un cuero. Cuando el primo Memo diga que estuvo mercando en Grecia y que allá los aguacates son carísimos pero deliciosos porque “Los de allá porque salen sin pepa” uno debe meter la cucharada: “Yo también estuve allá pero era temporada de naranjas. Salían dulcesiticas y las compraba en un surtifruver llamado Sócrates o algo así que queda junto a la alcaldía”. Con esto queda salvado el honor del interlocutor, a menos que le suceda lo que a un par de amigas del barrio: Con tal que les gastaran parranda y trago se hacían pasar por españolas, cautivando con su acento a los crédulos Chayanes citadinos que pululaban por el centro allá por el año 98.

Es diciembre y estamos en un sitio cercano al antiguo Escobar-Rosas con unos amigos. Bogamos cerveza y bailamos como bailarían las bolsas de leche, si salieran de fiesta. Suenan canciones de Tom Jones y Elvis Presley en una bodega oscura que hiede a meados y desenfreno. A pesar de lo oscuro del lugar, veo palidecer de terror a una muchacha de mi barrio cuando me reconoce entre la multitud. Su doble nacionalidad puede quedar al descubierto por culpa de un vecino del barrio primavera que la conoce pero que no habla con acento español, que es narizón, bajito, flaco y feo como una versión amerindia de Smeagol. Además no bebe whiskey en las rocas sino cerveza Costeña y tequimón, y seguro le va a pedir plata prestada para el colectivo antes de abandonar el lugar.

Pierdo de vista un rato a mi amiga y su grupo. Estoy distraído cuando se me acerca por la espalda una de las muchachas aprovechando que las otras tienen engatusados a sus víctimas. Me pide que no las haga quedar mal porque se están haciendo pasar por españolas porque… no entiendo nada más de lo que dice porque el ruido del lugar y el alcohol en mi cerebro no me dejan oír nada. Sin embargo y como buen idiota accedo sin entender muy bien a qué y sin pedir nada a cambio, pero le comento a mis amigos. Ellos, con más alcohol en la cabeza urden un plan igual de maquiavélico al de las españolas del barrio primavera.

Como una aparición maligna saliendo de la oscuridad de la bodega, o como se formaba de la nada el enemigo de metal liquido de Terminator 2 aparece junto al grupo de incautos Chayanes y españolas criollas mi amigo David. Baila como lo haría una bolsa de leche si estas salieran de fiesta. Hace un par de pasos, aprovecha un pogo a ritmo de los prisioneros para integrarse momentáneamente hasta que escucha a una de las chicas hablar. Entonces se da la vuelta mirándola con los ojos muy abiertos en actitud sorprendida y le habla también con acento español: “Madre mía, mira que me he venido a encontrar con una compatriota en pleno centro de Bogotá. ¡Salud maja!”. Les brinda con una botella de Costeña llena de Tequimón. Por las miradas que se hacen puedo jurar que ellas empiezan a ver todo en cámara lenta. Su reinado de mentiras comienza a desmoronarse. Brindan, sonríen y antes de que escapen David pregunta: “Anda tías, ¿y de que ciudad habéis venido?” Antes de que el castillo se derrumbe totalmente una de ellas contesta: “De Madrid” El castillo se sostiene. David aún más eufórico les responde: ”¡Anda, pero de puta madre, mira que venimos de la misma ciudad! ¿En que parte vivís?” Se cae el techo del castillo, pero ella misma dice “Cerca al estadio”. El castillo aún resiste. “Mira que casualidad, yo también vivo cerca al estadio, habéis ido alguna vez a la charcutería de Manolo?” Que se caiga ese hijueputa castillo, debió pensar la mona para sus adentros.

Después de un rato de charla intimidatoria los 4 cantan un improvisado himno de Madrid. David lleva la voz líder mientras las 3 tratan de seguirle el ritmo a medida que el improvisa: “¡Avanzad juventud madridista, al compás de esta marcha triunfal!” canta David adaptando la letra del himno del INEM del Tunal a su imaginaria y natal Madrid. “Os noto un poco bajas de ánimo chicas” les dice ya que cantan suavecito y sin ganas. Se vuelve a los Chayannes, brinda con ellos, abrazo y palmada: “Anda, tenéis que animarlas un poco!” les dice en tono pícaro antes de alejarse bailando como una bolsa de leche lo haría, si las bolsas de leche salieran de fiesta.

Al otro lado de la bodega, a una distancia prudente nos encontramos con mis amigos a punto del infarto debido a las carcajadas. Vuele David. Brindamos, prendemos un puro, nos cuenta los detalles de la historia mientras encaletamos otra de tequimón para luego seguir bailando como bailamos los rolos, como bolsas de leche que se abrazan y saltan haciendo una ronda cuando suena échale vampiro.

Cuando nos vamos a ir las chicas ya no están. Se van antes que nosotros porque me ven con David, se dan cuenta de la broma y huyen antes de que yo vaya a pedirles prestado para el colectivo faltando a mi compromiso de no hacerlas quedar mal. Salimos, caminamos la cuarta, bajamos por la 19 hasta la décima, nos despedimos y se va cada uno con una sonrisa de idiota en la buseta.

No me interesa perderme en esas charlas de bogotano cosmopólita. No tengo ascendencia italiana para ufanarme de ella, lo más lejos que he ido ha sido a Melgar y el único pasaporte que tuve fue el de las vacaciones recreativas. Me conformo con saber que en el segundo piso de la plaza del Restrepo venden ensaladas de frutas, artesanías y animalitos, que en el 12 de octubre venden muebles y que en el barrio primavera hay 3 muchachas españolas que no se saben el himno de Madrid.

@jorgitomacumba