En estos días sin Dios ni ley ya no sabe uno si reír o llorar. Bogotá cada vez se parece más a los pueblos del lejano oeste, en donde cada cual establecía su propia ley por su mala cara, la velocidad de su pistola o el grosor de su billetera. Y al igual que en esos pueblos, al sherif de turno solo lo acompañan el sepulturero para tomarle las medidas del traje de madera y un par de ansiosos buitres.

Como fuera costumbre hace muchos años, cada mañana hay que encomendarse a un bufete de santos a ver si al final del día uno está entero, y ha salido bien librado de la jornada. Hay que rezar al menos 10 padrenuestros: uno para no llegar tarde al trabajo, otro para no desmayarse en el Transmilenio, otro para que no le saquen el celular sin darse cuenta, otro para que no se suban a vender maní al bus, y otro por que si se suben a vender no se suban a atracar… en fin. Además como sabiamente recomienda Jorge Duque Linares, hay que ir rezando en voz baja un santo rosario para que el mimo no se vaya detrás de uno imitándolo, o para que el hombre cubierto de pintura plateada, y que tiene conectada la alarma de un carro a su trasero no se vaya a mover justo cuando uno va pasando a su lado.

Ante este sombrío panorama, las posibilidades de sufrir un ataque cardíaco en las calles de la ciudad a causa del estrés generado son muy altas. No se si haya estudios serios acerca del tema, pero de seguro es así. Si no muere más gente infartada en las calles es por lo que tras años de concienzuda observación he llamado “el efecto contrario” o “veneno” como lo llaman los billaristas consumados. Es este veneno el que hace que una bola de billar después de ser golpeada con fuerza no siga su camino al tocar las bandas de la mesa, sino que rebote en dirección opuesta a la esperada.

Es así como un berraco Colombiano, un guiñapo que no tiene un peso para comprar carne y que por ende debería ser débil y esgalamido tiene la fuerza de diez burros en celo, una envidiable vitalidad y una salud de fierro a toda prueba. Esto se debe -entre otras cosas- a la continua ingesta de cebada y repollo en forma de saludables bebidas alcohólicas, las cuales fortalecen su sistema cardiovascular además de brindarle espacios de sano esparcimiento para combatir el sedentarismo y el estrés causado por las arduas jornadas de trabajo, las cuales ultimamente se han extendido más allá de lo saludable.

Así mismo su horda de vástagos crece rozagante y feliz, cortesía del caldo de papas, el agua de panela, la poteca de ahuyama y el exceso de legumbres que deben incluir en su menú diario, ya que el pedazo de carne frita con coca cola aparecen en la mesa solo una vez al año para el chino que esté de cumpleaños, y tan estricta dieta no permite subir mucho de peso. La panza de tula que orgullosos exhiben los muchachitos son fruto del ponche y las papas chorreadas que engullen ávidamente a la salida del colegio, o por estar galgueando dulces de anís, panela y bocadillo veleño con mogolla entre comidas.

Otro visible efecto contrario consiste en que la agraciada señora de la casa se mantenga rolliza y buenmoza, aún cuando tiene que lidiar con la casa, los chinos y la “sana” borrachera del marido. En la mañana saca energías desayunando pan, queso de cabeza, jugo de guatila y agua de apio para adelgazar. Y de este brebaje (digno desayuno de un zombie) saca energía suficiente para mantener el hogar aseado, despachar a escobazos a su marido, echarle agua a las matas, barrer, trapear, ir a la tienda de don Agapito y fiar las verduras del almuerzo, actualizarse en chismes de barrio y porque no, hasta lanzar una picara sonrisa al galante pachuno, el cual se dedica a beber cerveza desde las 6 de la mañana en la panadería de su propiedad. Aparte de todo, el aguante le da hasta para vaciar a los chinos por llegar a la casa con el pantalón del uniforme verde en las rodillas, el saco del colegio lleno de pasto y la maleta llena de papel de formas continuas con rayas blancas y verdes, papel que se usa como aséptico empaque y servilleta para las papitas chorreadas y el hueso poroso en la carnicería.

Al meterle el efecto contrario a la bola podemos ver como este berraco que viaja atarugado como alverja de rellena en Transmilenio, en lugar de caer inconsciente debido a los empujones, las pisadas, la vulgar raqueteada, la falta de oxigeno y los aromas propios de un galpón de buitres, se relaja y es capaz de dormir su guayabo mientras cuelga de la varilla del bus cual tierno chimbilá, soñando con los verdes campos que abandonaran sus padres huyendo de la violencia, bailando con las chicas águila y asesinando a su patrón como en la película de Van Damme que vio el fin de semana en el canal caracol.

Ejemplos de efecto contrario hay por doquier, no hace falta mas que pararse en una esquina cualquiera, en el centro, el norte o el sur de la ciudad para encontrarlos.

Tal vez sea por este efecto contrario, que el nuestro, aunque es un país azotado por las siete plagas siga siendo catalogado como uno de los lugares en donde viven los seres mas felices del mundo.

-Esta es una entrada que había compartido hace unos años en mi blog de la revista don Juan, pero la encuentro aún vigente en estos días. Es por esto, y por haber perdido toda la información que había en el blog, que se las comparto de nuevo. Gracias por leerla-

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