Érase una vez en un país muy, muy lejano, había un tierno mandatario que vivía feliz en su reino de ensueño. Era el doctor Duque, quién gracias a su belleza, sus habilidades con el balón, la guitarra y a su carisma era amado por todos en el reino. Su padre, el rey Álvarito, le llevaba de la mano a cuanto evento internacional lo invitaban. Le mandó saludos al papa Francisco y al rey de España, pero debido a sus dones el doctor Duque fue víctima de la envidia de los politicastros del reino. Envidiosos al no poder hacer una 21 con un balón de micro, o por no poder interpretar una trova antioqueña en campaña, los politicastros empezaron a planear un ardid en contra del doctor Duque.

Fue así que la despiadada madrastra, presa de la envidia, ordenó al senador Jorge Enrique Robledo llevar al bosque al doctor Duque y sacarle del pecho al ministro de hacienda. Con la ayuda de noticias UNO lograron acorralarlo, pero en el fondo el doctor Robledo era bueno.

Al ver al doctor Duque aterrorizado no tuvo el corazón para fulminarlo y le permitió huir. La única condición que le puso fue la de jamás regresar al reino. En vez del fiambre del ministro de hacienda, el doctor Robledo con la ayuda de noticias UNO le llevó a la madrastra el corazón del fiscal para satisfacer su necesidad de sangre.

El doctor Duque huye a Francia

El doctor Duque huyó rumbo a la sede de la Unesco en París, en donde le dieron refugio los animalitos del bosque. Se alimentó de regalías de aquí y allá, vagó sin rumbo y finalmente desfalleció. Al despertar se encontró en un evento desconocido, donde había siete sillitas, siete videobeam, siete escritorios chiquiticos, siete traductores simultáneos y hasta siete cámaras de televisión.

En ese momento el doctor Duque reaccionó, pero lo que no sabía era que la malvada madrastra ya se había enterado de su huida, y se había dado a la tarea de encontrarlo.

Y nos remontamos a lo que llamamos las siete íes. ¿Y por qué siete? Porque siete es un número importante para la cultura. Tenemos las siete notas musicales, las siete artes, los siete enanitos. Mejor dicho, hay muchas cosas que empiezan por siete

Estando en el evento de la Unesco, al doctor Duque se le arrimó una andrajosa viejecita de servicios generales. De un canasto roído sacó una economía-naranja envenenada. “Vamos doctor Duque, tome la naranja que se ve que no ha comido bien estos días y ya casi le toca hablar. Moje el guargüero y hágale”.

El doctor Duque no estaba muy seguro de comerse esa naranja y le hizo el feo: que la gastritis, que era que le manchaba los dientes, que qué pena ese olor a cáscara de naranja en el recinto, que muchas gracias, pero no. Sin embargo, la tierna viejecita le resultó más abeja y le ofreció la naranja en gajos con media de guaro. “Esta es otra voz mi doñita” dijo el doctor Duque. Destapó la media dándole certero codazo al culo de la botella y botando al suelo el chorrito de las ánimas mientras se persignaba.

El triste desenlace

Llegó el turno de hablar. El doctor Duque se arregló el cuello de la camisa, aclaró la voz, fue a dejar la copa sobre el plat0, pero mágicamente habían desaparecido la vieja, la media y el canasto. Sin darle importancia al hecho el doctor Duque fue a hablar, pero era demasiado tarde. La economía-Naranja envenenada había surtido efecto y lo único que el doctor alcanzó a hacer fue pedirle ayuda a los 7 enanitos. Hubo un estupor general, la gente lloraba, los politicastros reían, hasta lo comparaban con el burro de Shrek que estaba en el reino vecino del Presidente.

Finalmente el doctor Duque cayó en un sueño profundo, lo pusieron en su urna de cristal y lo trajeron de nuevo a su reino, a la espera de que llegue el príncipe de Marulanda y lo despierte con un beso de verdadero amor.

Fin

@jorgitomacumba