Vas a una cita a ciegas después de charlar por un tiempo con alguien que conociste en una aplicación de citas. La ilusión de conocer a alguien especial en una vitrina donde te ofreces como un profesional buscando trabajo se mantiene viva, aún después de 5 años de dar tumbos. No encuentras lo que quieres porque no sabes lo que buscas, y por eso mismo aun cuando lo tienes al frente, no lo reconoces.

Al mundo se lo está comiendo la tristeza, la nada, y tú te dejas contagiar. La moda, la idea de sexo fácil, de amor al instante, de relaciones abiertas, el miedo y la desesperanza nos invaden porque todos estamos igual. O al menos eso piensas, hasta que ves parejas perfectas, hombres y mujeres bellos y exitosos en redes sociales obligándote a pensar porqué uno no pudo. ¿Qué me faltó? ¿Qué me sobra? ¿Por qué todos si y uno no? Con esto y más en mente vas a tu cita. Pero hay esperanza, tal vez ella sea la persona que esperas hace años. Piensas que ya has pasado por muchas cosas, amores, tristezas, desventuras, universidad, trabajo, vagancia, borracheras, amigos… Ya es momento, piensas convencido. Ojalá y sea linda como en la foto, ojalá esté buena, ojalá sea pila y buena gente, ojalá y ojalá.

Te sientes maduro, un buen partido. Tienes un contratico bueno, una moto bonita, una reputación y ganas de salir adelante. Hasta interesante te sientes. Llevas la ropa que te queda mejor, porque ropa bonita no tienes. Y eso no importa, pero ojalá le gustes, que haya química, que esta vez sí sea. Caminas por el centro descuidadamente evitando vendedores y palomas, ladrones y poetas, los niños que salieron del san Bartolomé y los gringos que divertidos se toman fotos en medio de la protesta del día.

Revisas tu teléfono y preguntas en dónde estás, ya estoy ahí, no te veo… Levantas la mirada y entre la gente que va saliendo del éxito se detiene el tiempo cuando ves sus ojos negros, su cabello lacio, su sonrisa suave al descubrir que ya te vio. La saludas nervioso, no sabes si darle un besito, tomarle la mano, abrazarla o si seguir caminando a su lado. Le preguntas qué quiere hacer, a dónde van, si quiere comer algo. «Vamos al chorro», te dice. «Está bien», respondes pensando que sí, que ya te cae bien. La primera cita terminas tomando aguapanela para el frío mientras la escuchas, mientras ves su sonrisa y cómo se esconden sus ojos cuando te dice que tiene novio pero que ella no es así. Aceptas todo lo que te dice sabiendo que no es verdad, que para protegerse te dice esa historia del novio. Pero desde ya sabes que es verdad, que ella no es así. La ternura te invade y se empieza a anidar en tu alma con instantáneas que vas a guardar para siempre en un lugar especial dentro de tu corazón.

Te enamoras. Empiezas a querer compartir con ella todo lo poquito que tienes, porque a su lado te sientes pequeñito. Ese contrato bueno, esa moto bonita, ese apartamento donde vives ya no son tuyos, son de los dos. La llevas, la traes, la mimas, le ayudas, la quieres. Pasas tiempo con ella, conoces su familia, su hijo, la apoyas en sus dificultades y no entiendes cómo hace para sonreír y seguir adelante entre tantas adversidades. Ahora eres amor y admiración por ella.

Quieres que todos la conozcan, la invitas a conocer tu mundo, a ser parte de él. Le presentas tus amigos, a don Miguel, a los borrachos del barrio, la llevas a tu oficina, a la casa de tu mamá y le haces un campito en tu vida. Por ella vas hasta la calera en bus después de trabajar a entregar unas fotos que ella no sabe cómo va a llevar porque no alcanza. Te devuelves rápido porque se cayó en la moto y está solita en la autopista. La llamas, la tranquilizas, cuando llegas la abrazas como si fuera una niña chiquita mientras te cuenta que no sabe qué pasó, que no iba rápido, que esa puta moto no salió buena. Pero al final cuando están juntos todo está bien.

Empiezas a cambiar los planes que tenías antes de conocerla. La idea de irte a otro país a buscar futuro empieza a parecer una locura, porque sientes que tu futuro está con ella. Tratas de enmendar errores, de cerrar ciclos y de salir de relaciones que aún mantienes por chat con personas que conociste antes, y a las que te acostumbraste a buscar de vez en cuando sin saber que también las lastimabas y les hiciste daño. Sientes que puedes, que vas a poner un punto final a esa vida que llevabas, porque viene una nueva vida junto a ella. Tiempo después entenderás lo importante que hubiera sido ser completamente transparente, honesto, confiar en ella y contarle todo, pero no. Prefieres ocultar todo, no quieres dañar el momento. «Ya tendré tiempo para hacerlo más adelante», piensas.

No cuentas con una adversidad mayor que se avecina. Llega silenciosa y anida en tu casa. Entiendes que ese contratico es temporal, que esa moto no es más que un montón de fierro y que ese apartamento no es tuyo. No eras el buen partido que creías, y aunque para ella eres todo, sientes que no eres suficiente. No tienes nada que ofrecerle a esa mujer que ahora amas con locura.

Decides, entonces, llevado por la rabia y la tristeza, retomar el plan original. Vas a buscar ese futuro en otro país, pero esta vez para ofrecerle a ella algo material y poder casarte al volver. Sabes que puedes hacerlo, te sientes capaz, eres inteligente y resistente. Vas a poder. En medio de la rabia, del miedo por irte, de la inseguridad, de la tristeza por dejarla, quieres demostrarle que vales la pena. Que sí eres ese buen partido que al principio te creíste, pero que ahora no puedes ver. No le preguntas a ella qué quiere, qué prefiere, qué necesita. Tal vez solo quiere que te quedes a su lado guerreando con ella, pero te vas a pesar del miedo, de la angustia, del no saber qué pasará por allá. Y ella, en su corazón de oro y su inmenso amor te apoya, te dice que sí, que lo hagas. Te anima, te impulsa y, en ese momento, sabes que vas a poder. Antes de irte le dejas todo lo que puedes para asegurarte que no va pasar necesidades mientras no estás. Le dejas el contrato, la contactas, la recomiendas, y todo lo tuyo ahora es de ella. La moto no, esa la vendiste para pagar el viaje. Tienes que decirle adiós sin poder llorar, porque los de inmigración te pueden preguntar que por qué llora si va de vacaciones. Es la despedida más triste del mundo y la noche anterior no la pasaste con ella por cerrar un último tema y buscar una certeza que no llegó con una persona que alguna vez te dijo «ese hijo es tuyo». Y eso tampoco se lo dijiste.

Las cosas no salen como esperas. El dinero no llega, la situación es más dura de lo que creías y tienes que dar más de lo que te imaginabas. Aun así no quieres regresar derrotado, no quieres fallarle y das un paso más arriesgado. Pides asilo porque con papeles sí puedes lograr ese futuro material. La distancia hace su trabajo y sin una fecha de regreso todo empieza a perder su color. La comienzas a acosar solo por sexo porque, como eres un animal, te hace falta más que cualquier cosa para soportar la soledad, la jodedera del patrón, la frustración y la tristeza. Su corazón se empieza a cerrar y tú no cuentas con que ella sabe que hablabas con otras mujeres por chat mientras salías con ella. No pudiste controlar tus instintos y esperas controlar el mundo y hacerlo perfecto para ella. Finalmente ella te despacha, te saca de su vida, y ya no hay vuelta de hoja.

Hablas con su mamá esperando que en el fondo te ayude más adelante porque al fin de cuentas físicamente no estuviste con nadie más que ella, porque aún la amas y porque su amor es lo más hermoso que has tenido en la vida. Pero un día cuando le quieres enviar una ayuda porque te enteraste que se accidentó, te dicen que no es justo, que no deberías ayudarla porque se fue a vivir con un amigo tuyo. Y todo se vuelve negro, se va la luz de tu vida, te encierras y lloras en medio de una soledad absoluta por un dolor que se apodera de tu alma y que poco a poco también se apodera de tu cuerpo. No puedes comer, te asfixias, no puedes respirar, no paras de llorar encerrado en un cuartico de dos por dos en una ciudad que no conoces, donde no tienes amigos. Te hundes en el infierno de la soledad y la tristeza. Y aunque ya no puedes más debes seguir adelante, ir a trabajar, sonreírle a los gringos, cortar el pasto en el cementerio tratando de no pensar más.

En el proceso no te dejas morir y pides ayuda, recuperas amigos, familiares, pasas por crisis tras crisis, lloras en el trabajo, en la casa, y no hay manera de sentirte mejor. Este es el golpe más fuerte que recibirás en tu vida y sabes que te lo mereces. Por no saber darle su lugar a una mujer perdiste lo más bello que encontraste en la vida, pero aún con su adiós te ayudó a recuperar el tiempo que dejaste ir con tu mamá, tus hermanos, tu hija, tu familia. Ella fue única, y cuando se fue algo murió dentro de ti. Te hizo mejor aun cuando tú la hiciste sufrir, la dejaste sola y no fuiste capaz de ser honesto con ella.

Tras de morir un poquito de tristeza solo te puedo desear que seas feliz, y aunque sé que seguramente nunca vas a leer esto quiero decirte que solo tengo amor y buenos deseos para ti, que espero que la vida no te vaya a hacer sentir de nuevo esta tristeza profunda que sé que ya sentiste antes y que te hizo la mujer sensible y comprensiva que fuiste conmigo. No te lo mereces.

Estoy seguro que si algún día puedo elegir volver a vivir una vez más, elegiría vivir toda mi vida, igual, pasando las mismas tristezas e infortunios que me tocaron en este mundo, esperando solamente ese momento en el que se detuvo el tiempo frente al éxito de la 11, cuando en medio de la gente descubrí tus ojos negros, tu cabello lacio y tu sonrisa suavecita, para volver a enamorarme una vez más de tu alma atormentada y esta vez tratar de hacerte feliz.

Te amo Andrea.