Al igual que el resto de la humanidad hay cosas que no se pueden creer hasta no ver, y que siempre me han llamado la atención. Por ejemplo, los cuentos de brujas, fantasmas, los ovnis, y en general, el misterio. Hoy en día, gracias al auge del método pseudocientífico aplicado a eventos como la búsqueda de OVNIS, entidades, espíritus y todo tipo de elucubraciones técnicas, han logrado darle un nuevo impulso al mundo de la paranormalidad. En la radio, la tele y en internet aparecen por cientos influencers y  periodistas especializados en el misterio, y aunque por lo general son ególatras repetitivos que se autodenominan valientes y locos por tocar estos temas, a veces destapan un evento o magnifican un testimonio que generan duda.

En lo personal, siempre he preferido abordar estos temas a la madrugada, creyendo más por decisión propia y por la atmosfera creada al calor de una cerveza que por el rigor científico del relato. Porque hasta no ver…

En esos momentos se cuenta o se escucha una historia de algo que le sucedió al conocido de un conocido, de lo que se oyó o se sintió en una noche de tormenta sin electricidad, por lo general en el campo o algún otro lugar remoto.

Hoy quiero compartir las experiencias paranormales que he vivido personalmente, y que se han intensificado desde que voluntariamente me sometí a este exilio de venir a otro país a buscar futuro. A causa de esta experiencia he debido analizar mi vida profundamente, junto con la relación con la familia, mi infancia y mis defectos y manías. En medio de este proceso que he vivido en completa soledad, y sumido en una depresión a causa de la pérdida del amor de la persona que amo, comencé a sentir algunas cosas que al comienzo no lograba entender, pero que con el tiempo fueron encadenándose y formando una serie de eventos con una evidente lógica e intención que no he podido creer hasta no ver. Pero gracias a varias personas que me acompañaron y haciendo memoria, recordé que esta no era la primera vez que experimentaba estas cosas.

Hay algunas experiencias comunes que puede tener cualquier persona. Un sueño o pesadilla muy vívida, ese incómodo momento en el que se siente como si alguien se le sentara en el pecho a uno sin poder gritar ni moverse, escuchar ruidos cuando se está solo o sentir presencias en la casa. Creo que la mayoría de las personas ha sentido algo así en un momento de su vida por miedo o sugestión, aunque no siempre estas experiencias tienen que ser aterradoras. Uno de los primeros recuerdos de algo extraño que tengo claro fue en la casa de Tunjuelito, tal vez a principios de los años 80. La casa era amplia e iluminada, con un patio grande de piso de baldosas con diseños geométricos de color negro y amarillo vibrante, cubierto con una marquesina de cristal y lleno de maticas. El techo era alto y era imposible alcanzar a tocar las tejas de asbesto que se asomaban bajo la marquesina, mismas que conducían la lluvia por unas canaletas para evitar que se llenara de agua la casa. De hecho, había una pesada escalera de madera que se usaba de vez en cuando para reparar una teja o bajar un balón. No había otra manera de alcanzar el techo a no ser que se escalara la casa por fuera subiéndose por la fachada, práctica que los ladrones de la época algunas veces se atrevían a explorar.

En algún punto de esos años, y por un tiempo corto, llegó a la casa a ayudar a mi mamá con el oficio una muchacha de apariencia extraña.

Venía del campo, de las cercanías de San Juan de Rioseco. Era bajita y tenía una joroba grande sobre un costado de la espalda que hacía que tuviera que mantener su cabeza inclinada hacia un lado. Su cabello era rojizo, lo llevaba trenzado y siempre la recuerdo vestida de rojo y verde con vestidos largos. A pesar de los esfuerzos de papá y mamá por explicarnos que la apariencia de las personas no importa y que uno debe respetar las diferencias, con mi hermano llamamos a la muchacha jiribitis, como un juego de palabras para decir joroba sin decirlo. No recuerdo mucho de la señora, por ejemplo, su nombre real o si estuvo mucho o poco tiempo con nosotros, solo recuerdo con especial inquietud un juego con el que nos entretenía a mi hermano y a mi. Por esos días eran populares unos muñequitos de PVC del chavo del 8 que salían en los paquetes de Yupi, y nosotros teníamos varios de ellos para jugar.

Hasta no ver no creer… Uno de esos días, Jiribitis nos entretiene poniendo uno de esos muñequitos sobre la mesa del comedor, diciendo que él se va a ir caminando a algún lugar de la casa y tendremos que ir a buscarlo. Incrédulos, la primera vez mi hermano y yo pedimos ver el prodigio, pero Jiribitis nos dice que no, que no se debe ver. Nos pide cerrar los ojos y contar hasta 3. Lo hacemos crédulos, porque ella nos advierte que si abrimos los ojos el muñequito no se va a mover de ahí. Con los ojos muy cerrados, apretamos los párpados y contamos hasta 3. Abrimos los ojos y descubrimos que Jiribits está de pie en el mismo lugar desde donde nos estaba hablando, en el centro del patio lejos del comedor. No se ha movido, pero el muñequito ya no está en la mesa. “Búsquenlo, búsquenlo” nos pide. Vamos de mata en mata, miramos bajo la mesa, nos asomamos en la cocina, en los cuartos, le preguntamos si ella lo cogió, pero nada, no aparece. Eso es rápido porque el patio está en el centro de la casa y todas las puertas de cuartos, baño, sala y cocina llegan a él. Jiribitis no se mueve de su puesto y nos pregunta si nos rendimos. Con mi hermano decimos que si y preguntamos dónde está. Entonces Jiribitis señala el techo de la casa, ese que no alcanzamos y del que apenas se ven las tejas asomadas. Ahí está el muñequito verde, firme, tieso, pero parado sobre sus paticas al borde de la teja. Aplaudimos con mi hermano, preguntamos cómo fue que llegó hasta allá porque es evidente que ella no lo pudo poner ahí. Tampoco lo pudo haber lanzado, tuvieron que ponerlo ahí al borde de la teja, desafiando el vacío de pie con su mirada de plástico perdida. Jiribitis dice que el caminó hasta allá, que llegó solo y que si cerramos los ojos de nuevo y contamos hasta 3 se devuelve. Entonces tomamos nuestros puestos y cerramos los ojos. Jiribitis no se ha movido de su sitio. Contamos hasta 3 y abrimos los ojos buscando al muñequito en el techo de la casa. Ya no está ahí, ahora está en la mesa del comedor. Estallamos en júbilo y alegría. El muñequito está vivo, camina y le gusta ir al techo de la casa, porque lo hace de nuevo un par de veces más. Cada vez es más rápido el asunto, porque al abrir los ojos nuestra mirada se dirige automáticamente hacia el tejado, para encontrar al muñequito en su lugar, solemne, rígido, casi tan enigmático como la esfinge a los ojos de un niño.

Ya no nos queda duda, no solo camina, sino que es veloz.

Ahora cuando recuerdo estos juegos tengo una sensación extraña, porque pienso en cómo hacía esa señora para mover ese muñequito, si ella levitaba o si de verdad lo hacía caminar. Cualquiera de las dos alternativas me aterra. Lanzarlo no lo hacía, porque siempre quedaba de pie en el mismo sitio, en la misma teja, parado al borde pero sin caerse a la canal. Pienso que uno nunca sabe a quién ha tenido cerca en su vida, y que algunas veces por inocente no ve las cosas como son, o no confía en su propia intuición porque los papás le enseñan a uno que a todo el mundo hay que tratarlo igual y no se puede discriminar. Eso no está nada bien, porque ante los ojos de Dios todos somos iguales.

Algunos años después moriría mi papá de un infarto en esa misma casa, y esa pérdida marcaría la llegada de los años de soledad y tristeza que hasta hoy me acompañan. A veces creo que esos sentimientos negativos le abrieron la puerta a algo que desde esa época está a mi lado, que se manifiesta con especial fuerza en los momentos en los que estoy más triste, y que me ha llevado no solo a ver y escuchar, sino a tener marcada sobre la piel señales y golpes que no puedo explicar. Espero que sea lo que sea pueda sobreponerme a su influencia, y tal vez en ese momento me de una mano un día y logre devolver a tantas personas que me han hecho mal un poco de lo que me han hecho a mí, porque tanto perdonar y pasar la página así como vengarse implican el volver al equilibrio. Creo que uno debe volverse fuerte y recurrir a todo tipo de ayuda sicológica, espiritual o religiosa a la que pueda acceder, y eso es lo que he hecho, aunque las cosas que he mencionado aún no se detienen. Ahora entiendo por qué la gente recurre a la religión como soporte para no perder la razón cuando se deben enfrentar tantas dificultades en soledad.

En próximas entradas les seguiré contando las cosas que vi cuando viví en el apartamento al que nos fuimos cuando mi mamá vendió la casa, porque allá también hay historias que contar, así como cuando vivía en la macarena frente a la plaza de toros y después lo que aún veo aquí en Estados Unidos.

Si tienen alguna experiencia parecida que quieran compartir o alguna recomendación para combatir o superar estas cosas que a veces nos atormentan pueden dejarla en los comentarios, o escribirme a jorgitomacumba@gmail.com con la seguridad que sus aportes serán apreciados en realidad.