Sí, sé que suena un poco contradictorio para quienes me conocen y saben del respeto que tengo por los animales, por los otros… por aquellos que por fortuna no tienen lo que a nosotros nos abunda, la razón. Y también reconozco que no soy el dueño de la palabra en cuanto a la defensa por los animales porque soy consumidor de cárnicos, lácteos y demás alimentos de origen animal. Pero mi sentimiento es sincero, admiro su incapacidad por querer tener la razón.

Resumiré mi historia. Hace un par de meses llegó a nuestra casa una gata con cuatro crías, no sé qué suerte o signo de la naturaleza hizo que ese indefenso y digno animal llegara a casa. Supuse que había sido la presencia de mi primera mascota, otra gata. Para la dueña original de la casa la presencia de un felino más le proporcionaba disputas férreas en pro de la defensa de su territorio y esta vez no sería la excepción. Sin embargo, la necesidad y el hambre le asignaron un horario a la madre y sus cuatro crías. La gata agradecía la comida con caricias, ronroneos y su cola erecta, la otra desde la ventana acrecentaba su odio.

Decidimos mandar a castrar a la madre cuando sospechamos que las cuatro fierecillas sabían el itinerario y el periplo desde la alcantarilla en la que vivían hasta la puerta del apartamento. Llegaron muy cumplidos pero más rabiosos que de costumbre, poco a poco bajaban la guardia. Los atrapé un día y los encerré en el apartamento, la dueña de casa había cambiado por completo su actitud y ahora temía ser presa de las cuatro fierecillas. Con inenarrable dolor tuve que obligarlos a salir luego de haber limpiado numerosas excreciones y lamentar sistemáticos daños a los muebles de casa. A medida que pasaban los días se fueron extraviando las fierecillas, el primero se perdió luego de un aguacero y su acostumbrado torrente, del segundo supimos que había sido atropellado por un carro y lamentamos su destino fatal, el tercero despareció sin pena ni gloria en el punto más alto de lo que pudo haber sido su domesticación.

Quedó uno, y para cuando llegó al apartamento no había nada de la fierecilla que se nos enfrentaba con bufidos salvajes. Apenas abrimos la puerta entró despavorido y se escondió bajo un sillón, parecía que manifestara el temor que le significaba la calle y la alcantarilla sin sus hermanos, pensamos que sin duda había un sentido de inteligencia en el hecho de haber buscado un refugio seguro y por eso decidimos intentar quedarnos con él, para asegurarle un destino no tan ingrato. Y preferíamos arriesgarnos que augurarle ser devorado por un animal más grande. Luna, como se llama la dueña de casa, aceptó con cierta lejanía la presencia que desde ese momento estrenaba como nombre Matías. Matías se convirtió en la sombra de Luna, se pelean como toda pareja, se muestran los dientes y las uñas, él come como cerdo y ella con recato, son realmente una pareja excepcional, son perfectos. Se acarician con mayor erotismo que lascivia y jamás dejan de ser salvajes. Hay días que ni se levantan. Y sin quererlo, me han enseñado tanto, que me arrojan como fruto la sospecha de que lo más básico, es lo único que realmente necesita un ser racional.

Matías en la primera semana de diciembre de 2015, había llegado treinta días antes. Archivo personal.