Reitero, es imprescindible la educación y ojalá el paso por la academia fuera generalizado, pero me preocupa que los títulos académicos sean considerados la panacea, es más, en este preciso momento pienso que entre las personas que suelen presentarse con sus títulos y aquellas que espetan el “¡¿usted no sabe quién soy yo?!” hay poca diferencia. En la primera entrada empecé a tratar el tema de lo que me he puesto a llamar la fiebre académica, en esa oportunidad escribí de la manera en la que se da ese fenómeno en algunos colegios y ahora me corresponde lo que sucede en la vida profesional y universitaria.
Si bien es cierto que nuestros tiempos obligan a la constante actualización académica, el hecho de ostentar los títulos y los reconocimientos se me hace mezquino y asaz pedante. No sé qué pensar de las personas que confunden la firma del correo electrónico con una extensión del currículum, ¿será que también debo hacer lo mismo? ¿Poner por ejemplo, que fui subcampeón de un torneo de banquitas?
Para no entrar en el cliché obviaré el gusto de muchos por ser llamados doctores. Recuerdo con sorna a una excompañera de trabajo que demostraba un profundo interés por las personas que más títulos universitarios tenían, detestaba a los que no tenían ni uno. Cuando a ella se le hablaba de un desconocido preguntaba qué títulos tenía y defendía más las ideas de los que tenían cartón que las de los que tenían la razón. Ella creía ofenderme con motes como: cachifa, manteca o guisandera cuando la invitaba a almorzar. Siempre me la imaginé feliz y orgásmica frente a una pared llena de diplomas y reconocimientos.
Los congresos merecen atención, una cantidad de profesionales hablando con el argot propio de su campo, presentándose, ostentando sus títulos, sus teorías y sus publicaciones, haciendo lobby para establecer relaciones que desemboquen en un mejor trabajo, adulándose mutuamente y pagando para ser escuchados. Lo mío es la literatura y la poesía, está última me ha permitido ir a varios congresos, la última vez al darme cuenta de esta conducta preferí despojarme de teorías y hablar como lector, y lo hice porque pienso que un congreso de literatura es como un congreso de medicina. Profesionales de la salud hablando sobre los problemas más serios que aumentan la morbilidad y mientras tanto miles de pacientes muriendo o esperando ser atendidos en las salas de urgencia, pues bien, en los congresos de literatura hay muchos profesionales de ese campo y unos cuantos petimetres engominados hablando con tecnicismos sobre las eternas preguntas de la crítica literaria o los efectos del teocentrismo, mientras que los lectores comunes sonríen con los libros en las manos, lloran con sus protagonistas y odian a los antagonistas.
Pero el problema también se arraiga en casa, hay padres de familia que ocupan a sus hijos durante los fines de semana en clases de natación, tenis, violín, piano, inglés, francés, mandarín y pintura; esperan hacer de sus retoños pequeños renacentistas. La premisa es dotarles con lo mejor y los están atosigando. Las biografías de los hombres del Renacimiento están llenas de oficios no de títulos universitarios y no me imagino que una persona como Leonardo Da Vinci haya dicho algo como “¡¿usted no sabe quién soy yo?!”
Gracias por su lectura.
@javieriverostel