Cada vez que salía a vacaciones escolares tenía dos posibilidades: una era viajar al campo, a un olvidado pueblo de Santander del que me siento propio; la otra, ser mano derecha de mi padre en la carpintería de turno. Prefería la primera opción por la libertad y la vida del campo; la segunda dejaba réditos que invertía en pólvora y paletas de agua. En uno de esos años en los que trabajé como ayudante de carpintería nos era obligatorio pasar por el comercio aledaño al puente de la Sevillana en Bogotá y recuerdo mi estupefacción cuando vi a mi profesor de Sociales pregonando la calidad de los jeans, la novedad de los materiales y los diseños y las ofertas decembrinas de un enorme almacén. En su momento no lograba entender el porqué el mismo señor que me enseñaba a elaborar mapas de densidad poblacional, las causas de las Guerras Médicas y la importancia de la Media Luna Fértil se batía en sus vacaciones con un trabajo extra.
En Colombia hay registrados ante el Ministerio de Educación algo más de 9500 colegios privados, de los cuales, la gran mayoría se acoge a contrataciones pírricas de 10 meses. Es decir, del año de doce meses los profesores solo cuentan con diez mensualidades o veinte quincenas, diez meses de seguridad social, recreación y aportes pensionales y dos meses de incertidumbre, de lo que llamara León De Greiff: de simplatía. En la práctica, los docentes al igual que la gran mayoría de colombianos pagan doce meses de arriendo o de cuotas hipotecarias, doce meses de mercados y manutención de los respectivos grupos familiares. Por esta situación no es raro ver a muchos docentes en la época decembrina rebuscándose la vida o en términos coloquiales, saltando matones; situación indigna si se piensa en la importancia que para un país debe significar el rol del maestro. Pero como somos el país del rebusque vemos con normalidad que los profesionales de la cultura salgan a ganarse la vida en momentos de merecido descanso.
El problema no es sencillo, muchos de los padres de familia en Colombia que tienen a sus hijos en instituciones educativas privadas creen inmerecidas tantas vacaciones para los docentes, ¿quién se apiadará de tantos padres que no saben qué hacer con sus hijos en vacaciones? Pero nadie se apiada del docente que se batalla día a día en educar no solo lo específico del área del conocimiento, el aspecto volitivo y los principios ciudadanos de treinta, cuarenta y hasta cincuenta niños por salón; se cree que el docente acaba su horario de trabajo y se va feliz a casa, cuando lo que en realidad pasa es que en muchas ocasiones se debe dirigir a otras instituciones educativas a cumplir con otro horario que le permita suplir gastos, y cuando por fin se va a casa siguen trabajando, en estrategias, en didácticas, en herramientas novedosas, en técnicas de convicción y enseñanza que permitan lograr el objetivo educativo. Horas de trabajo que no se reconocen y que se van en la calificación y en la planeación y se toman domingos y festivos. De eso nadie se apiada.
Por otra parte, está el argumento de algunas instituciones educativas privadas: como solo se cobran diez meses de pensión, solo se pagan diez meses laborales. Y para sustentar tal exabrupto está el apoyo del Ministerio que estipula:
Duración del contrato
El Código sustantivo de Trabajo establece que los contratos de los docentes privados se hacen por 10 meses. Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia estableció que los contratos pueden ser por un periodo mayor o menor, cuando las partes así lo acuerden (Corte Suprema de Justicia, sala de casación laboral, sentencia de febrero 14 de 1997). (1)
Hay colegios con “creativas” contrataciones que doblegan en gran medida el actuar libre y profesional de muchos docentes, otros que manipulan el salario y la permanencia a condicionamientos de resultados o de aspectos religiosos, ideológicos, políticos y peor aún, cuando se atenta contra lo que se han atrevido a llamar la imagen institucional, es decir, a condiciones socioeconómicas, raciales o de aspecto físico. En el ambiente educativo el finalizar el año lectivo representa altos grados de ansiedad para los maestros, no solo por lo propio del ejercicio y la importancia de los conceptos de evaluación y promoción, también por lo que será su futuro laboral. Eso se conoce en algunos círculos laborales como la época del ácido. Aquel que es llamado a la oficina o le entregan una carta es porque le “echaron el ácido”: Ha sido/Ácido muy grato contar con su trabajo.
Alejando la idea comercial de la Navidad y pensando en el merecido descanso vacacional y los gastos que esto conlleva, muchos de los docentes que no logran empleos temporales se ven abocados a vacacionar en el encierro de la casa, a consumir con mayor recato los mercados, a depender de la ayuda fraterna de algún familiar y en olvidar por completo figuras y hábitos culturales como los de Papá Noel, el niño Dios o los Reyes Magos. Saldrán victoriosos si en esas vacaciones no deben ir a una atención de urgencias porque no tendrán seguridad social. Es esta una de las razones por la que cada día menos personas ven la profesión docente como una elección, es fácil, pregúntele a veinte estudiantes de último grado escolar si desean ser profesores y escuche las razones que dan. Se ha confundido la vocación con el sacrificio y el sacrificio con la virtud pedagógica.
(1) http://www.mineducacion.gov.co/1759/w3-article-320286.html