EL FUTURO DE
las peleas de gallos
Luis tiene 24 años y suele apostar en una gallera escondida ubicada en el centro de Bogotá siempre que su tiempo como estudiante y mesero en un bar se lo permite. Desde muy temprana edad, heredó de su padre y abuelo el gusto por las peleas de gallos. Ellos, con frecuencia, lo llevaban a apostar -al son de música norteña, cervezas, aguardiente y fajos grandes de dinero- por los ejemplares que, en medio de batallas mortales, gritos eufóricos y madrazos de los fanáticos, le dieron vida a esta tradición popular.
“Vengo a la gallera en parte porque me gusta y en parte porque gano en una tarde mucho más de lo que me haría en un mes de trabajo con propinas incluidas”, cuenta Luis, quien en esta pelea le confió su dinero a Rayo, un gallo de unos 35 centímetros color blanco con tonos grises y pico puntiagudo, para enfrentar a Picasso, un colorado rojo de alas negras con verde enormes.
Las peleas de gallos ya no son un sitio exclusivo de personas mayores. Según Luis, jóvenes no mayores de 25 años suelen asistir “a ganar plata fácil pero también a tomarse un par de tragos y salir de la rutina. A veces he venido con amigos a los que les ha quedado gustando la adrenalina que se vive”.
Pocas personas podrían imaginar que el origen del deporte de los ‘picotazos y las espuelas’, manifestación y tradición cultural de los países latinoamericanos entre ellos Colombia, se remonta a 3.000 años de antigüedad.
De China a India; de Egipto al Imperio Romano; de Francia a España y de tierras ibéricas a Latinoamérica. Una tradición que ha atravesado los cinco continentes y que incluso está presente en la literatura, como en las páginas de Cien años de soledad.
Para unos, las peleas de gallos son una expresión cultural y un deporte tradicional. Para otros, son muestra de maltrato y crueldad a los animales. A pesar del aire de ilegalidad y clandestinidad que rodea a las galleras, lo cierto es que en Colombia esta es una práctica legal validada por la Corte Constitucional en 2010 como manifestación cultural, que tiene más adeptos de los que podría imaginarse y que es común en los pueblos de la geografía colombiana pero también en grandes ciudades como Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla.
Según cifras de la Federación Colombiana de Criaderos de Gallos de Combate existen cerca de 3.800 galleras en el país que a pesar de la legalidad con la que cuentan algunas se mantienen en la clandestinidad para evitar el pago de impuestos que el acuerdo 009 de 2005 del Consejo Nacional de Juegos de Suerte y Azar estableció como regulación para dicha actividad.
Esto no significa que en el futuro la asistencia a las peleas de gallos vaya a disminuir ya que, por encima del sufrimiento de los animales, esta práctica ofrece un ambiente festivo y ganancias millonarias a quienes apuestan. “Yo gano entre 100 mil y dos millones de pesos en un día”, cuenta Luis mientras cobra los 300 mil que ganó por la victoria de Rayo.
En este caso, no por la plata baila el perro, al contrario: por la plata dejará de cantar el gallo.
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Por Andres Cardona