EL FUTURO DE

Dios

Había que acabar con Dios o Dios acabaría con la humanidad. Ignoraba hasta qué punto se había perdido todo. Cuando ahora echo la vista atrás, desde la alta colina de mi avanzada edad, aún puedo contemplar a las mujeres y a los niños descuartizados, apilados o dispersos, a lo largo y ancho de aquel barranco tortuoso. Los observo tal y como los vi entonces, con ojos aún jóvenes. También, puedo ver que allí, en aquel lodo sangriento, cubierto por la ventisca, murió algo más. Allí murió el sueño de un pueblo, era un sueño hermoso. Pero el círculo de nuestra nación yace ahora roto y disperso. El árbol sagrado está seco.

Estuvimos encerrados en este planeta, devorándonos unos a otros para no morir de hambre, mientras buscábamos sentido para la vida por fuera de la existencia misma.  Los cementerios crecieron demasiado, el agua se esfumó tan pronto que al poco tiempo nos cazábamos como perros rabiosos por un pequeño trago, nos reuníamos de a centenares para hablar de la bondad, mientras las calles se pintaban con cuerpos esqueléticos. Nada importó. La esperanza de un futuro bello y armónico, de un más allá donde la felicidad nos abrazaría con un amor de padre bondadoso, nos llevó a olvidarnos de la vida. Nacimos con la esperanza de morir.

Si Dios sabía todo lo que iba a pasar, ¿no significaba eso que estaba todo predestinado y fuera de nuestro control? ¿Entonces todo lo que hacíamos conducía a lo mismo, a cumplir esa programación, ese destino? ¿No éramos más que unos artefactos programados para la autodestrucción?

Esa experiencia de la finitud, de sentirnos sin remedio, desorientados, era necesaria para empezar un nuevo modo de vida, pero por milenios nos apegamos a la idea de no vivir sino de apegarnos a un devenir egoísta: el de la complacencia de quienes habitan el paraíso mientras observan el sufrimiento de los condenados.

El miedo a la condenación. El miedo es lo más espontáneo, no está mediado por la razón. El cuerpo y la mente se postran ante él, se hacen una emoción pura. Es nada y se hace existente en poco tiempo. Es la liberación metabólica de la energía en un solo momento, en un solo lugar. Es lo más sincero, es lo que más se parece a la condenación.

El problema nunca fue si Dios estaba a nuestro lado o no, sino que nunca hicimos nada por acabar esa idea de que alguien más era el responsable de nuestro futuro. En medio de los ríos de mal que dejamos correr, buscamos cualquier piedrecilla de bondad para aferrarnos a ella pero, al fin y al cabo, siempre hicimos parte de la misma corriente de agua que nos arrastró  y no opusimos resistencia.

Una mañana de septiembre, que no pintaba muy diferente a las demás, después de una lenta y dolorosa agonía, murió mi padre. Sin embargo, el bus pasó a la misma hora, la misma mujer en la misma esquina, de nuevo los niños correteando por el parque. Creí que el universo se detendría ante mi sufrimiento, pero nada pasó. No cambió nada, el mundo siguió. Dios también.

* Este es el fragmento de un manuscrito hallado en la primera visita del ser humano a Zeta Reticuli, estrella binaria en la constelación de Reticulum situada a 39,5 años luz del Sistema Solar.

 

¿Cuál es el futuro de Dios? 

El religioso: Mauricio Uribe. Sacerdote, doctorado en Derecho canónico

El académico: Mauricio González. Docente de cultura religiosa

El no creyente: Mateo Martínez. Licenciado en Filosofía

Por Javier Forero

@Javierforero07