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EL FUTURO DE

la familia

“Sale más barato por docena”, asegura Graciela Forero de González. El brillo de su mirada atraviesa el cristal de sus gafas cuando recuerda la infancia de los 12 hijos que tuvo junto a su esposo, Sergio González. “Cuando era jovencita, le pedía a Dios que me mandara a un hombre que también quisiera tener una familia grande”, cuenta la mujer de 64 años, quien asegura que su proyecto de vida estaba fundamentado en aprovechar la naturaleza que, por ser mujer, le permitía traer niños al mundo.

Aunque mis padres tuvieron cinco hijos; mis abuelos maternos siete y mis bisabuelos hasta ocho, hoy son más las parejas que optan por no tener ninguno. Eso se debe a que “antes se concebía al hombre como el único encargado del sostenimiento económico de la casa. La mujer debía abocarse a la crianza y educación de los hijos”, explica Juan Camilo Díaz, profesor del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana.

El incremento del costo de la vida ha llevado a que la mujer también asuma compromisos laborales, en favor de obtener mayores ingresos económicos dentro del hogar. A eso se suma que “desde ciertos sectores ideológicos se ha logrado vender una idea de que la mujer que tiene hijos se vuelve una esclava y que eso significa un fracaso”, asegura Díaz, quien es padre de tres hijos.

Así lo interpreta Jimena Baraya, quien en 2015 le dio el sí en matrimonio a su amado Daniel, cuando ella apenas tenía 20 años. Querían comprometerse a permanecer juntos por el resto de sus vidas. Sin embargo, en ese importante proyecto, que se plantearon durante el noviazgo, no incluyeron el plan de formar una familia.

“Si uno tiene un hijo, a uno se le acaba casi toda la vida porque ya tiene que ponerle cuidado a otra persona y ya no tanto a uno”, opina la pastelera. Considera que formar una familia le implicaría “sacrificar lo que me gusta, como viajar, porque tendría que destinar más plata al bebé”.

Esta visión, según Díaz, se debe a que “en los medios de comunicación se ha presentado la idea de que tener hijos es una carga y una barrera para cumplir los sueños de una pareja: comprar una casa, viajar por el mundo o tener un auto”.

Sin embargo, Graciela, quien concibió a siete mujeres y cinco hombres, difiere de aquella idea. “La gente nos cuestionaba cada vez que se enteraba de que mi esposo y yo tendríamos un nuevo hijo. Les preocupaba nuestra estabilidad financiera”, cuenta la economista. Sin embargo, para ella primaba la certeza de que “de donde comen seis, comen diez”.
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Fuente: Banco Mundial

 

Crisis de la familia

China es el país más poblado del mundo. Lo suficiente como para que, desde 1979, se aplique una medida de control poblacional, según la cual las parejas no pueden tener más de dos hijos. Y para formar una familia “así de grande” es necesario atenerse a un proceso de solicitud ante el gobierno.

Eso pasa en China. En Colombia, así no haya una medida restringida y ni siquiera exista sobrepoblación, parece que vamos por la misma línea. Las cifras son claras: mientras que entre 1985 y 1990 la tasa bruta de natalidad correspondía a 28,80 niños por cada mil habitantes, ese mismo indicador para el período 2015-2020 se pronostica que corresponderá a 18,03 nacidos por cada mil habitantes. Es decir, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), por cada mil colombianos nacen 10 niños menos que hace una década.

Lo mismo revelan las tasas de crecimiento exponencial, que definen el incremento del tamaño de una población, estableciendo un balance entre los nacimientos y las defunciones registradas durante el año. Según el DANE, en 1985, este indicador fue de un 20,54 por ciento. Para 2020, bajaría casi a la mitad: 10,94 por ciento.

Pese a que la economía parece ser la preocupación principal de las parejas que optan por no formar una familia, un informe de Child Trends, una organización internacional que vela por el desarrollo de esa institución, reveló que las tasas de fecundidad y matrimonio están disminuyendo en la mayor parte del mundo, pero sobre todo en las regiones con mayor ingreso económico.

En algunos países de Europa las tasas de natalidad ya están por debajo de las de mortalidad. En el caso de España, por ejemplo, el crecimiento poblacional para 2014 fue de -0,5%. Ese fenómeno es designado por los sociólogos como Invierno Demográfico.

“El peligro de que no exista un correcto reemplazo generacional es que en un futuro no habrá suficiente mano de obra joven para producir bienes y servicios en la sociedad”, explica Díaz, quien asegura que en países como Canadá, Suecia y Noruega han empezado a ejecutar planes para que matrimonios jóvenes, con niños o sin ellos, migren a sus países a trabajar y producir.

Esto nos lleva al origen de la sociedad. En la familia no solo nacen los valores, sino que se cimentan las bases de formación para quienes hacen evolucionar al país y al mundo. Así lo defiende Graciela, quien de 12 hijos ya tiene 11 profesionales y uno de ellos, el menor, de 24 años, a punto de obtener su título de ingeniero electrónico. “Ese es mi aporte a la sociedad”, asegura la ya abuela de 13 niños.

No llegaremos al punto en que a mujeres como ella, o como mi mamá, las multe el gobierno por tener a tanta ‘muchachera’, como les pasa a las mujeres chinas. En cambio, cuando el invierno haga de las suyas, seguramente también congelará aquellos argumentos mediáticos para evitar el dulce calor de vivir en familia.

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Por Jeraldine López

@JeraldineL

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

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Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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