Por Deisy Ávila Jiménez @DeisyAvilaJ
El Chorro de Quevedo es para muchos universitarios el mejor lugar para tomarse una ‘pola’ después de clase. La escena es la siguiente. Entre los viejos portones de colores, algunos conversan guitarra en mano mientras otros hacen malabares con envases vacíos. A lo lejos se escuchan canciones de Silvio Rodríguez, Bob Marley o Richie Ray. Los estudiantes toman cerveza, vino o chicha en totumas o en envases de Coca-Cola. Por sus callejones pasean desde extranjeros de bermudas y chanclas hasta personajes excéntricos que parecen sacados de un libro de Cortázar.
Pero este lugar que hoy sirve de escenario de cuenteros y poetas, guarda en sus entrañas historias que datan de la época de la colonia. Situada en las faldas de los cerros orientales de Bogotá, la Plazoleta del Chorro de Quevedo fue según algunos historiadores, el lugar en el que Gonzalo Jiménez de Quesada fundó Santa Fe de Bogotá el 6 de agosto de 1538.
En el año 1985, durante una remodelación, fueron instalados los arcos del costado norte de la plazoleta. Fotos Antiguas de Bogotá.
‘El Chorro’ que antes de la llegada de los españoles había sido el lugar de descanso del gobernante muisca Tisquesusa, fue también el escenario en el que se construyeron las primeras doce chozas que luego darían origen a la fría y ruidosa Bogotá.
San Bruno, era el nombre de la quebrada que rodeaba el lugar en el año 1600, hasta allí llegaban los habitantes de la montaña para cargar las totumas de agua necesarias para abastecer a sus familias durante la semana. Pero en 1832, el padre Quevedo, profesor del colegio de los Agustinos Recoletos, adquirió el solar de un predio por $50 e instaló un chorro para facilitar la recolección del líquido de las familias del sector. De ahí se presume el origen su nombre.
Versiones más populares atribuyen el origen de su nombre a la necesidad fisiológica de un evangelizador. La periodista María Vesga Lema, cuenta que el misionero acompañaba a Gonzalo Jiménez de Quesada y al salir de misa no pudo aguantar su chorro natural ―que por cierto, dice la autora, debía salir con potencia para que se ganara el alias de “chorro” ―, por lo que el lugar se hizo acreedor a ese título por ser algo así como el “aliviadero de todo menos de pecados”.
El paisaje continúa adornado por casas antiguas con tejas de barro, puertas de madera, ventanas pequeñas y piso adoquinado. WikiGOGO.
Además del chorro de agua, la capilla Ermita del Humilladero, es otro de los lugares importantes de la plazoleta. Su nombre no tiene relación con torturas o prácticas de castigo, se denominó así porque las personas que la visitaban entraban de rodillas y con la cabeza inclinada hacia abajo en señal de humillación. Hoy, es conocida como la Ermita de San Miguel del Príncipe, tiene tres escalones de ladrillo que anticipan la entrada de los feligreses, puertas y ventanas de madera color verde y dos campanas cobrizas que repican cada domingo para anunciar la misa de ocho y media.
Entre semana, sobre todo los jueves y viernes, es normal ver decenas de jóvenes rodeando la capilla. Algunos juegan póker alrededor de una maleta que sirve de mesa para poner las cartas, otros improvisan rimas al ritmo del rap en medio de una nube de humo y otros simplemente conversan a la orilla de las casas contiguas mientras reparten la infaltable ronda de guaro, vino o chicha.
Las personas de ruana y alpargatas fueron reemplazadas por estudiantes y trabajadores del sector. WikiGOGO.
En su infraestructura la Plazoleta también ha tenido varios cambios, en 1896 el muro de contención se derrumbó y acabó con las casas, la capilla y el chorro de agua, y solo hasta 1969, cuando se puso en marcha el plan de recuperación del barrio La Candelaria, se iniciaron las obras de recuperación. Pero pese a que la reconstrucción se hizo con base en fotos y pinturas, el chorro tuvo grandes cambios, pues en su lugar, se construyó una pileta que no cumplía con las funciones del original.
Hoy la pileta no tiene agua, en su reemplazo hay colillas de cigarrillos y tapas de cerveza oxidadas. Desde lo alto la vigila la figura de un malabarista sobre un monociclo que reposa en los arcos que bordean el costado norte de la Plazoleta y que parece recrear la imagen de un arlequín de la Edad Media. Generalmente funciona como el epicentro de actividades culturales por lo que es normal que allí se concentre la mayor cantidad de gente y que los artesanos aprovechen para ofrecer a su alrededor ‘la manillita de la buena suerte’.
Hoy, la fuente del Chorro de Quevedo que está a un costado de la plaza es el lugar preferido por sus visitantes para sentarse a conversar. Fotos Antiguas de Bogotá.
Lo que si se ha mantenido con el pasar de los años es la fama de este lugar que es considerado por muchos, el mayor expendedor de chicha y guarapo de la ciudad de antes y de ahora. Desde el año 1600, los bogotanos acostumbraban a reunirse con sus amigos en las chicherías del sector, hoy, con algunas variaciones, ― hay chicha de colores con sabor a fresa, uva y cereza―la tradición se mantiene.
Por eso la próxima vez que visiten el Chorro de Quevedo, recuerden que en sus calles adoquinadas y en sus muros coloridos, transitaron varios momentos que han forjado una parte importante de la cultura capitalina.