Por: Catalina Uribe T.
De repente cae la noche y el silencio se apodera del espacio. Ya no hay voces que canten, no hay risas que alegren momentos, los murmullos desaparecieron, solo existe el susurro del aire y mis pensamientos que quieren decir tantas cosas.
El espacio se reduce, las opciones son nulas, doy vueltas, abro los ojos, los cierro, no hay nada. Todo se detiene en un segundo, nada pasa, todo se congela, solo soy yo sin poder dormir.
Justo en ese momento la imaginación parece exceder su creatividad, las manos me sudan y mis pupilas dilatadas quieren contar que quiero salir corriendo porque estar sola me acobarda, el silencio es el peor enemigo para mi sistema nervioso pero el cuerpo parece que no está conectado con lo que estoy pensando porque está completamente inmóvil.
Las monedas que suenan en el techo parece que caen en mi cama y los arboles que corren al lado de mi ventana con la brisa de la noche murmuran por encima de las cobijas como si quisieran decirme algo.
Intento encender la linterna de mi celular para asegurarme de que no hay nada, solo es la traición de mi cuerpo que está descontrolado, el corazón latiendo a mil por segundo y las cobijas desordenadas en busca de refugio me nublan la vista y no me dejan diferenciar entre la sombra de mi libro favorito y un cuerpo extraño que tal vez quiera atacarme en medio de una fría noche.
Cada vez me entiendo menos, soy un cuerpo lleno de extraños episodios de emociones encontradas, en las noches…
La noche se sumerge entre un mal rato, un mar de nervios y una cantidad de posibles situaciones, que de poder controlar mis nervios tal vez serían muy buenas e irreales historias.
Se me ocurre mirar la hora y solo han pasado algunos minutos, el terror más grande de la noche y del silencio, el tiempo que se detiene y parece que cada oscuro momento del día intentara quedarse para siempre, justo cuando más quieres ver el sol, la luna se empeña en sonreír.
Respiro profundo, doy media vuelta y me doy cuenta de que esta vez como muchas otras no pude con mis miedos, acudo a ver los únicos videos que tengo en mi celular, algunos que tal vez en otro momento jamás vería y algunos más que ni siquiera sabía que estaban. ¿Por qué?, porque es lo más cercano a compañía que podré tener, por lo menos en las próximas horas que me quedan de noche.
Me acostumbraré, aprenderé a vivir con ellas, llenas de desvelo, llenas de preguntas, llenas de recuerdos, de lágrimas y sonrisas, de abandono y de compañía, llenas de mí, al final solo es eso, mi almohada, mis pensamientos, mis historias y yo.
El monstruo negro que vive detrás de mi puerta parece que también se dio por vencido, los arboles se durmieron y las monedas, pues me imagino que las recogieron porque a mi cama jamás llegaron.
Todos tenemos miedo, al sol, a la luna, al silencio, a la bulla, a la soledad, a la compañía, a ser recordados y a ser olvidados. Pasa que al final del día los miedos no se van, nos vamos nosotros y nuestra debilidad a ellos…