Diez días después de entregar a su editor el manuscrito de su novela Suicidio, el escritor, fotógrafo y pintor francés Édouard Levé se ahorcó. Tenía cuarenta y dos años. Su muerte fue un cálculo, una puesta en escena, un performance en el que cada detalle importaba. Su cuerpo fue encontrado por su esposa. Había dejado cartas a sus familiares y amigos para que las encontraran, ahorrándoles a todos el esfuerzo de la búsqueda de respuestas. Hasta el nombre de su último libro (que finaliza una corta pero potente obra literaria que completan Obras, Diario y Autoretrato), Suicidio, tiene la resonancia del paso antes de ser un paso.

Su editor, preocupado, llamó a Édouard Levé luego de leer el manuscrito que, sin forzar demasiado las cosas, parecía la carta de un suicida. Un hombre un día se pega un tiro con una escopeta y, en una constante segunda persona, un amigo lo recuerda rellenando las fisuras de su vida con la muerte del otro. A medida que la lectura de la novela avanza, un refilón paraonico, una intuición incómoda engalana los párrafos: ¿y si este hombre, si este suicida es el propio Levé? ¿Y si este hombre que luchó contra la depresión y contra los medicamentos prescritos y sus efectos fuera este otro que en vez de un tiro se ahorcó, y que también sufría de episodios depresivos que modificaban su comportamiento? ¿Y si el estar sin estar, como un globo repleto de aire en medio de una multitud, compaginara con la naturaleza taciturna del fotógrafo cuyas instantáneas eran de un realismo desalentador?


El encuentro entre editor y escritor nunca llegó a darse. Como una frase corta, el punto llegó a Levé. O Levé llegó al punto. Su Autoretrato, que no es más que una autobiografía sin cronología, un collage de recuerdos y emociones, es la confesión de un hombre desgastado por los miedos y las desiluciones. Su vida no podía ser una coma, ni siquiera un punto y coma. Debía ser una separación, un silencio, un paréntesis de sentido. Tenía que ser su propia puntuación latente. La misma que se lee, con un escalofrío recorriendo el espinazo, en su último libro cuyo nombre es la más conmovedora confesión de un hombre derrotado: Suicidio.

 

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