Por: Valeria Cuevas @olarevuccello

Cada año, los musulmanes celebran ‘ramadán’, un mes sagrado, de apertura y purificación, en el que ayunan y comparten, algo así como un periodo para “saber cómo se siente el otro”. Lo que lo hace particular es la exigencia que demanda, que para algunas personas resulta ser una medida extrema: no se pueden ingerir alimentos (ni siquiera una gota de agua) mientras el sol esté en el cielo.

La primera vez que escuché sobre ‘ramadán’ estaba en una puesta de sol en la Plaza Taksim en Estambul, Turquía, rodeada de cientos de familias que esperaban en mesas redondas el llamado a cenar. Luego de un año, volví a escuchar esa palabra mientras me invitaban a un ‘iftar’, la famosa cena con la que rompen ayuno.

En algunas ocasiones, la palabra ‘ayuno’ es extraña. A simple vista parece complejo, te preguntan si estás a dieta o si no tienes dinero para comprar comida. No siempre es así, la contemplación de Dios también se hace a través del ayuno. Así comenzó mi travesía por conocer y entender esta práctica del islam, que nunca he vivido en mi religión católica, pero que me comenzó a inquietar precisamente por la devoción con que es practicada.

‘Ramadán’ comenzó hace aproximadamente tres semanas en el mundo entero y aunque aquí en Bogotá esta religión aún es desconocida, cientos de colombianos musulmanes se reúnen cada noche en sus casas o en mezquitas para celebrar ‘iftar’ y orar a Allah.  

Gabriela es una amiga que hice en un festival hindú en Bogotá. Ella diseñó un tatuaje de henna en mis manos y desde siempre me ha sorprendido que el islam es más que su religión, es su estilo de vida. Desde sus 16 años decidió convertirse a raíz de una investigación que hizo en torno al tema. Hoy día, estudia en la universidad y su tiempo libre lo dedica a aprender lo más que puede de la mano del Corán, el libro sagrado.

Me invitó a romper ayuno en la mezquita a la que suele ir. Los días viernes, sábado y domingo son los más llenos. La mezquita de arquitectura islámica que está al norte de la ciudad no es la única, en Bogotá hay varias mezquitas que han sido adaptadas en casas como templos de culto y oración. Gabriela va al Centro de Estudios Islámicos Al Qurtubi, ubicado en un barrio popular de la ciudad.

Es una casa grande, de color blanco, de la que cuelga una extensión de luces navideñas, también blancas. Al entrar, a mano izquierda, están los zapatos de todos y un dispensador de agua. La mezquita está dividida en dos partes, en el primer piso están las mujeres y arriba los hombres.

Hallé muy interesante una pantalla que muestra el piso de los hombres. Al momento de la oración, las mujeres en el piso de abajo siguen a Maher Nosal, el intérprete de ‘adhan’, el llamado a la oración. Este lugar es su sitio de encuentro y culto. Sin embargo, también es el centro de celebraciones y enseñanzas, especialmente para los niños y niñas.

El ‘iftar’ es una cena abierta para todos. Sin importar la religión y como se esté vestido, se es bienvenido. Estas mujeres colombianas me recibieron con calidez y de un baúl sacaron un hiyab para colocarme, pues a la mezquita hay que entrar con el cabello cubierto. Antes de las 6:00 p.m., comienzan a llegar los primeros fieles, así como llega el olor a comida. Por grupos se reúnen para compartir. Dos horas después, comienza a sonar por los parlantes ‘adhan’ y el silencio absoluto llena el recinto.

Antes de unirse a la fila para orar, algunas de ellas se dirigen al baño para purificarse. Es muy curioso cómo para ellas la limpieza de su cuerpo también es un canal de conexión con Dios. Allí, a pesar de que cada una retira el hiyab de su cabeza, el cabello sigue cubierto por una pequeña banda. Gabriela se descubre con delicadeza sus brazos y piernas hasta la rodilla y se lava rápidamente. Cada una lo hace en secreto, nadie puede ver nada.

Salen y se unen en varias filas que llenan la sala de la mezquita. Maher Nosal comienza a interpretar el llamado y ellas, en absoluta precisión, de vez en cuando se inclinan y arrodillan hasta quedar suspendidas con la frente en el suelo. Así, varias veces lo hacen y duran en oración más de una hora.

Un dato curioso de este periodo de ‘ramadán’ es que en los 30 días que dura el mes, se dedican a leer cada noche uno por uno los 30 apartados que componen el Corán. El día empieza de noche, en plena meditación.

En ningún momento dejará de ser sorprender el hecho de conocer las prácticas de los diferentes cultos. Es enriquecedor cómo se forma un concepto de la vida personal a partir de una experiencia que puede compartirse en común.

Cada vez que escucho a Gabriela me pregunto por qué fallamos en términos de disciplina. Si nos cuesta tomar hábitos, nos cuesta aún más seguirlos y mantenerlos. Es como si la identidad no fuera nuestro asunto, y no solo aplica a un culto, también a pertenecer y defender una cultura o un ideal. Siendo católica, jamás he hecho un ayuno de la naturaleza del ‘ramadán’, es más, al preguntarle a mis conocidos me dicen: “No, no podría hacerlo”. “No tendría energía durante todo el día”, “¿cómo resistiría si nada más cuando me sacan sangre sufro por no poder desayunar?”.

Estuve un largo rato observando con curiosidad cada uno de sus movimientos y escuchando los coros. Es una desconexión del cuerpo y del ruido externo. Cuando terminan su oración, van a sus casas a descansar, aunque Gabriela me asegura que antes del amanecer pueden volver a ingerir algunos alimentos. Ese momento es conocido como ‘suhoor’.

Así como hacer amigos extranjeros y conocer otras culturas enriquece la idea y visión del mundo, es totalmente válido adentrarse a lo que millones de personas hacen cada día por medio de la religión. Lo importante es tener el criterio suficiente para defender y tener identidad con las creencias personales, y no seguir tendencias por el hecho de que son ‘llamativas’. La contemplación de Dios, o mejor aún, de un ser supremo es personal y libre.

Gabriela continuará por dos semanas más en ‘ramadán’ junto con sus amigas, enseñando a todo el que pueda sobre su credo y aprendiendo. También seguirá aguantando por mucho tiempo los comentarios de las personas en Transmilenio cuando la ven con su hiyab y la confunden con una ‘árabe terrorista’. Lo que ellos no saben es que ella es colombiana y entiende a la perfección lo que dicen. Siempre se baja con una carcajada.