Por: María Paulina Arango @mariapaulinaara
Ana Puentes @soypuentes
La K-Zona fue un importante hotel del centro de Bogotá entre 1914 y 1948. Tras años de abandono, luego del Bogotazo, fue un predio en disputa durante casi cuatro décadas. En 2010, se convirtió en el sueño de industria cultural y recuperación de memoria en el que trabaja Albert Piñeros, bisnieto de los dueños originales de ese espacio.
“Quiero generar trabajo colaborativo con los distintos colectivos artísticos. Le estamos apostando a generar economía naranja en el barrio Veracruz», cuenta Piñeros.
La economía naranja intenta unir la cultura con el emprendimiento de una forma rentable. En Bogotá esta coexistencia es posible. Según ‘Invest Bogotá’, la ciudad concentra el 74% de las industrias culturales del país.
La K-Zona está ubicada en la Carrera 9 con Calle 15: un sector, ante todo, comercial. Albert Piñeros sueña con convertir el patrimonio de su familia en un centro cultural rentable y en un punto de encuentro artístico.
El Hotel Moderno, propiedad de Tomás Fernández, bisabuelo de Albert Piñeros, fue referente turístico del sector de la localidad de Santa fe durante la primera mitad del siglo XX. Después del Bogotazo, al centro de la ciudad le cambiaron las dinámicas y el lugar quedó en arriendo por casi cuatro décadas.
Tras una lucha jurídica de casi 38 años, en 2010, la familia Piñeros recuperó la casa que estaba en ruina y Albert asumió su administración.
“Es el patrimonio de mi familia. Desde niño, vi a mi papá trabajar con los abogados, luchando, haciendo los procesos por este lugar”, cuenta Albert.
Piñeros es artista plástico, diseñador empírico y estudia para ser abogado, impulsado por el laberinto legal de la propiedad de su familia. Tiene cuatro hijos y una nieta. Vive en la K-Zona desde que empezó su restauración: primero en una carpa, cuando la casa estaba en ruinas; hoy, con su familia, en una de las habitaciones, con palo en mano, para evitar que invadan el predio como sucedió en 2012.
Entre 2010 y 2014, Albert se dedicó a limpiar escombros, acondicionar la casa y arrendar el primer piso a vendedores ambulantes para guardarles sus carritos. En 2014, inauguró allí el Klub Hostal Kultural, un hostal con el concepto de habitaciones en cabinas y el encuentro creativo.
El proyecto hotelero fue tan loco como la mente de su creador. Albert instaló muros de escalar y un tobogán para hacer las veces de escaleras. Las cabinas solo tenían un colchón y una cobija para los mochileros que frecuentaban la zona. Y en los pasillos, la gente se topaba con las esculturas creadas por el anfitrión.
No obstante, el perfil del establecimiento tuvo que cambiar.
“El territorio aún no está adaptado para ese tipo de público porque le dicen al turista que de la séptima hacia abajo no se meta”, explica Albert.
Algunos turistas se desencantaron con la zona, los ingresos bajaron y Albert decidió retomar su propósito original: crear una industria cultural en la casa de su bisabuelo. Desmontó las camas del hostal y utilizó las tablas para montar un auditorio. También construyó oficinas para colectivos como Red Danza, La Redada, Vox Populi y Piratas de Ramírez. Actualmente, está montando un salón de baile.
“El proceso de recuperación de la zona ha sido un trabajo de puertas para adentro y de puertas para afuera con la comunidad”, cuenta Piñeros. Junto a agremiaciones culturales de la zona trabaja en la construcción del Corredor Cultural y Gastronómico Calle del Tranvía, un proyecto que pretende impulsar este espacio, que va desde la carrera 7 a la carrera 10 por toda la calle 15.
Aunque el proyecto se levantó con autogestión y alianzas, su propietario espera poder aplicar a estímulos y asistencias distritales.