Moreno Muñoz es un hombre que ha sobrevivido a cornadas y a los intentos de los protectores de animales y de los políticos por acabar con su profesión.
Foto cortesía de Moreno Muñoz
La sangre de Moreno Muñoz quedó en la arena de la meca taurina. Dos cornadas, un cacho que le atravesó el mentón y otro que le destrozó el testículo derecho; un codo fracturado por un golpe pero, también, un sueño cumplido: torear en la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid (España), la más importante del mundo.
Hijo de torera, Jonathan Moreno Muñoz empezó su carrera en el vientre de su madre, Miriam Moreno, una taurina de pura sepa que lidió toros aún con cuatro meses de embarazo: “No he conocido mujer más guerrera que ella”, dice. Esas corridas fueron las primeras del hombre que hoy es promesa del toreo colombiano.
Su amor por la profesión es cosa de familia, no solo influencia de su madre: es nieto de Abelardo Muñoz Martínez ‘El Guatecano’, hijo de Abelardo Muñoz Jr ‘El Guatecano Jr” y sobrino del novillero Antonio Barreto Chuchín, a quien la embestida de un toro lo dejó cuadrapléjico y luego de dos años “falleció de tristeza, pues su vida eran los toros y nunca más iba a poder torear”.
Moreno Muñoz junto a su madre, Miriam Moreno, también torera. Foto cortesía de Moreno Muñoz.
A los nueve años, Moreno Muñoz se enfrentó a su primera becerra en una plaza de La Capilla (Boyacá). Ese día había un espectáculo de toreros de talla baja y fue uno de ellos quien le prestó una muleta, la que marcaría su destino para siempre.
Esa tarde, tres rayones en el pecho lo hicieron el niño más feliz del mundo: en la noche todos los pequeños del pueblo lo perseguían porque querían jugar con ‘el torerito’. Ese mismo día le dijo a su mamá: “Quiero ser torero”.
Luego de La Capilla, empezó a recorrer otros pueblos. Con tan solo 13 años, ya había matado 10 novillos y cortado seis orejas. El 29 de septiembre del 2002 llegó a la Plaza de Toros de La Santamaría, en la capital. En una tarde de novillada, en el marco del Festival de Verano, el espectáculo central corría por cuenta del torero profesional más joven que ha conocido la emblemática plaza.
Un novillo picado, una verdadera lidia entre un animal de más de 300 kilos y un niño que medía poco menos de un metro con cincuenta y pesaba menos de 50 kilos. El toro lo embistió, causándole una lesión en las cervicales que le quitó la movilidad parcial de sus piernas y se llevó sus sueños, al menos por un tiempo.
“No fue fácil volver a ponerme en el mismo punto, ya no era el mismo en el ruedo”, recuerda Moreno Muñoz. La recuperación física duró casi un año, pero la mental lo empujó a un abismo que parecía no tener salida. Los mismos que lo llamaron ‘el niño prodigio del toreo’ lo condenaban diciéndole que ya no iba a volver a torear.
En ese esfuerzo por retornar, toreó en Lima, Perú, así como en las temporadas taurinas de Duitama y Manizales, pero no tuvo éxito. En 2004, llegó el turno de participar en la Feria en Medellín, y en una tarde de novillada un toro de más de 500 kilos le devolvió la fe en él. Se llamaba ‘Gavillerito’, número 201 de la ganadería Achury Viejo. Ese día volvió a cortar una oreja: “Me exigió mucho (…) volví a ser yo”.
La bendición de un torero
Ser torero es un limbo constante que se debate entre la vida y la muerte, y no hay forma de sobrevivir estando solo.
Jonathan Moreno Muñoz fue apoderado por Jerónimo Pimentel, un torero español que llegó a Bogotá luego de recibir su alternativa – la ceremonia en la que un novillero se convierte en un matador de toros – en Francia y su confirmación en Madrid. Pimentel hizo de ese niño un torero de pura casta.
Lo apoderó antes de la corrida en La Santamaría (Bogotá). En un restaurante al norte de la ciudad se reunieron diferentes personalidades del mundo taurino que querían hacer de él “un torero para el mundo”. Jerónimo Pimentel lo acompañó durante la recuperación, fue su confidente en los tiempos oscuros y después de la exitosa novillada de Feria en Medellín, las puertas se volvieron a abrir para Moreno Muñoz, “Es el momento, te vas para España”, le confirmó su guía.
En el viejo continente lo esperaba Domingo Pimentel, sobrino de Jerónimo. “No fue fácil empezar una temporada en España, no es fácil abrirse campo para un extranjero”, recuerda Moreno Muñoz de aquellos días.
Sin embargo, contra todo pronóstico, el torero lo logró: con tan solo 18 años llegó a torear a la plaza más importante del mundo, Las Ventas de Madrid.
El paseillo lo recuerda muy bien: un recorrido lleno de lágrimas de alegría, emoción y tristeza, cuando por fin entró al patio de cuadrillas solo escuchaba el eco de las voces que gritaban con júbilo “¡suerte torero!”, y frente a él se desplegaba la inmensidad de la plaza.
“Te vas a jugar la vida en la primera plaza del mundo, en la meca, en la catedral del toreo”, se decía Moreno Muñoz a sí mismo, antes de saltar al ruedo. Esa tarde, recibió dos cornadas y terminó con un brazo roto.
Mientras los médicos de la enfermería de La Plaza intentaban recuperar lo que quedaba de su testículo derecho y le cosían la boca, un auxiliar interrumpió la atención para darle una noticia: “En hora buena, torero, acabas de cortar una oreja en La Plaza de las Ventas”. Ese ha sido el momento más feliz de su vida hasta ahora.
La cena de triunfo fue un bocadillo de cinta de lomo que compartió con su madre en la clínica. La corrida lo llevó a la final de la temporada, en la que competían toreros de ocho países taurinos; él era el único latinoamericano finalista.
Con el brazo sin recuperarse y dos cirugías recientes, Moreno Muñoz toreó en la final quince días después, una novillada que no fue buena y que lo dejó con una fractura en el pie izquierdo y una fisura en el esternón.
Su paso por Las Ventas le dejó una marca que en el mundo taurino se llama ‘cornada de espejo’: una cicatriz en el mentón que le recuerda esa experiencia cada mañana. Además, esas dos corridas le dieron el respeto del público más exigente de la tauromaquia en el mundo.
Foto cortesía de Moreno Muñoz
Aunque para muchos suene contradictorio, Moreno Muñoz es un defensor de los animales, de pequeño quería estudiar zootecnia, y ahora, ha convertido su casa en Kennedy en un refugio en donde cuida perros y gatos que la gente deja abandonados en la calle, una realidad de la que, al hablar de ella, se quiebra en lágrimas. “No soy capaz de matar una araña, me da tristeza, pero el toro es un animal cuya naturaleza está diseñada para eso”, sostiene.
Para él, el toro es un animal totémico, una fiera que infunde un respeto profundo: “Es un gladiador, un guerrero”. Admite que es un sacrificio, pero hecho desde el honor, a diferencia de la muerte de otros animales.
“No creo que los animales que nos comemos los maten con canciones de cuna” -asegura-. “El toro de lidia es un animal tan perfecto que yo arriesgo mi vida con él”.
Regresando en grande
Moreno Muñoz volvió a Colombia con un sueño pendiente: tomar su alternativa, el acto más anhelado de un torero. Aunque quería que fuera en España, el sueño se le cumplió en su casa, la ciudad que lo vio nacer un 8 de julio de 1989, que lo recibió 20 años después con las puertas de la Plaza de Toros La Santamaría abiertas.
El 14 de febrero de 2010 con Enrique Ponce como padrino y Julián López ‘El Juli’ como testigo, Moreno Muñoz recibió su alternativa. Esa tarde lidió un toro de 500 kilos, vistió un traje blanco y plata traído desde Perú, su capote fue azul y tenía una imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Paradójicamente, tres años después de esa tarde, La Santamaría fue cerrada y Bogotá no tuvo toreo durante 2.172 días, una decisión del entonces alcalde Gustavo Petro que trajo para Moreno Muñoz una crisis económica. “Me costó una depresión muy fuerte”, recuerda.
Fueron cinco años en los que pasó por las duras y las maduras para intentar sobrevivir en su ciudad natal. Lágrimas, días sin comer y debates agotadores. Dichas decisiones jurídicas mantuvieron a Moreno Muñoz en la incertidumbre de poder volver a hacer lo único para lo que luchó toda su vida.
En agosto de 2018, la Corte Constitucional argumentó que las corridas de toros están autorizadas en todos los territorios donde sean parte del arraigo cultural, decisión que le permitió a Moreno Muñoz volver al ruedo con más pasión y amor por esta profesión que se lo ha dado todo. Taurino desde el vientre y hasta la muerte, así es él: un torero de pura casta.
ANA MARÍA MONTOYA
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
Sección Bogotá