Esta es la segunda entrega de la columna ‘Cambalache’, una reflexión en clave de humor sobre temas de la vida cotidiana, de autoría de James Alzate. Espérela cada semana en este espacio de Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO.
Las dos enfermedades más comunes de los hombres nacidos en el siglo XX (porque los nacidos en siglos anteriores ya están muertos) son el cáncer de próstata y la cursilería. En ambas dolencias la ciencia ha avanzado muy poco. Descubrimos, por ejemplo, la Vía Láctea, pero no hemos encontrado otra vía para llegar a la próstata. Tampoco se sabe por qué los vallenatos románticos y las rancheras mexicanas son el mejor antídoto para los cursis.
Identificar a un hombre enfermo de la próstata requiere de muy buenas manos y mucho tacto, si no que lo digan quienes hacen esos exámenes. Por su parte, un hombre cursi a simple vista se delata. El problema es cuando el afectado del primer mal resulta enamorado de quien lo examina. Y termina sufriendo de cursilería también.
Pero adentrémonos en la cursilería, que ha sido poco teorizada. Como dirían quienes hacen exámenes de próstata: “Manos a la obra”.
Algunos aseguran que este mal que aqueja a jóvenes despechados, hombres enamorados, pero no de su esposa sino de la vecina, y ancianos viudos, ha significado la pérdida gradual de la masculinidad. Bueno, quienes se hacen exámenes de la próstata por hobby y no por salud también la van perdiendo.
En tiempos pasados, cuando aún no se había descubierto su efectividad para madurar aguacates, los diarios titulaban con la proeza de hombres que ganaban batallas y colonizaban tierras. Hoy, los diarios solo les sirven a los hombres para escribir versos chuecos, coleccionar nombres de canciones y tratar de interpretar los sueños con su pareja, o con la del vecino.
La cursilería es un estado decrépito, hace que el macho alfa pechipeludo que duerme en ropa interior, pase a comprar babuchas, pijama de dos piezas, a dormir abrazado a un peluche feo y pulgoso y a afeitarse el pecho y el sobaco.
Los hombres que la sufren cambian: pasan de una voz gruesa y sentida a una voz mimada y chillona y a todo le ponen diminutivos. Nada más deprimente que escuchar a un tipo decir: “Mi amorcito lindito chiquito cochi cochi cochi…”. Igualmente, terminan organizando la casa escuchando vallenatos románticos o haciendo ejercicio al ritmo de Ricardo Arjona o Mike Bahía.
Los hombres cursis, como los que sufren de la próstata, se conocen al caminar, pero sigamos hablando de los primeros. En los supermercados se demoran más en la zona de vinos y flores que en la de preservativos, le toman fotos a la luna y manda imágenes de superación personal a su pareja.
En definitiva, si el Gobierno no quiere ponerle impuesto a las bebidas azucaradas, que se los ponga a los cursis, ambas cosas tienen el mismo nivel de endulzante y son igual de perjudiciales para la salud.
Por todo esto, si siente que su novio, compañero, pareja, esposo, amante o cualquier otro está sufriendo de cursilería, tóquelo, pálpelo, siéntalo, quizá solo sea un problema de la próstata.
‘CAMBALACHE’ – JAMES ALZATE
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