Esta es la tercera entrega de la columna ‘Cambalache’, una reflexión en clave de humor sobre temas de la vida cotidiana, de autoría de James Alzate. Espérela cada semana en este espacio de Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO.


Ante la limitación de recursos en mi casa, y al ver que toda mi familia suma más de 25 personas sin incluir cuñadas malacarosas e hijos no reconocidos por parte de mi papá, decidimos hacer el pesebre de Navidad en vivo. No llevamos ni una semana en dicho propósito y mi mamá ya está acosando por un crédito en un banco para comprar uno.

La gran primera dificultad fue la asignación de personajes: nadie quería interpretar a nadie. Y ante la abundancia de burros y la escasez de vírgenes, decidimos hacerlo por sorteo. Mi papá, de entrada, quiso ser José; mi mamá optó por ser María, y a mí, por ser el menor de los siete hijos y por mis facciones pulidas y delicadas, me tocó ser el niño Dios. Cuando tenía tres años mi primer protagónico fue ese en la iglesia del barrio. Pero ahora tengo las patas, la barba y otras cosas peludas.

– «Yo quiero ser el ángel que le anuncia a María que va a dar a luz al salvador», dijo mi tía Marina.

– «Pero si los ángeles no tienen sexo», le respondí.

– «¡Yo tampoco!», refutó.

Y seguimos con la asignación de personajes: la oveja descarriada fue mi primo Alex, el marihuanero; la oveja que siempre se cae fue mi tío Alberto, el cojo; el burro y el asno fueron mis dos hermanos mayores, y se llevaron con méritos esos papeles.

Con los tres Reyes Magos tuvimos otros inconvenientes: en mi casa no hay nadie de raíces afrodescendientes y ante el desconocimiento de si el negrito era Melchor o Baltasar, mi cuñado se echó betún en la cara y se autodenominó Gaspar. Y en vez de llevar incienso, mirra y oro, se empacaron una cuchilla de afeitar, tres preservativos y una caja de herramientas. De esas tres cosas solo sé utilizar una muy bien, ahí les dejo la duda.

Las únicas dos inconformes fueron mis sobrinas Ana y Mariana, que por su edad y características físicas no encontraron cupo en el guion. Y ahí empezaron otros problemas. Las pataletas de ambas fueron de tal tamaño, que en un momento pensé en convertirme en Herodes el Grande y perseguirlas por toda la casa hasta capturarlas y encerrarlas en el armario todo diciembre.

Sin embargo, mi mamá, en un tono conciliador, decidió que Ana, con tres años, fuera quien leyera las novenas, y Mariana, con dos, cantara los villancicos. Ni Ana sabe leer, ni Mariana sabe cantar.

El otro gran problema fue que mi papá se metió tanto en el personaje de José que empezó a negar su paternidad por quien hacía de niño Dios, o sea yo. Desde que empezamos con el pesebre en vivo no recibo mesada y me ha tocado costearme los pañales y el tetero a mí solo. Además, no sé de dónde putas voy a sacar dinero para los regalos que me están pidiendo mis sobrinas y los demás niños de la familia. Sin haber nacido y ya estoy endeudado.

Aún no han empezado las novenas oficialmente y en el pesebre de mi casa ya estamos desesperados. Le voy a pedir al niño Dios que me traiga un pesebre, así el año entrante no tendremos que vivir este martirio.

‘CAMBALACHE’ – JAMES ALZATE

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De la cursilería y la próstata

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