¿Cómo la vas a llamar? Me preguntó una amiga antes de que mi pequeña guerrera naciera. Antonia le respondí. Un nombre fuerte, dijo ella. Hoy entiendo que ese era su destino, ser fuerte. Como su nombre.
Mi guerrera.
Mi Antonia amada anda por los tres años de edad y a pesar de haber pasado por una tormenta en estos últimos meses, es una niña dulce, tierna, un poco temperamental, pero que cada día me demuestra que, pese a sus dolores, su fuerza interna la hace poderosa.
Tan poderosa que, a veces, en sus días no tan buenos como los llamo yo, ella nota mi desánimo y con ojos furiosos y voz regañona me dice: ”¿qué tienes? No te pongas triste que yo estoy bien”. Ese regaño que suele lanzarme en medio de mi tristeza y de ojos con lágrimas, me logra sacar una risa. “Yo sé”, es lo único que atino a decirle.
Esta avalancha de su enfermedad, que llegó con un dolor de piernas, convirtió muchos días en eternas pesadillas, con noches de fiebres altas y días de inactividad total antes de ser diagnosticada con la Artritis Idiopática Juvenil (AIJ).
Hoy en día, ya con un diagnóstico, los días de inactividad se vuelven un poco tolerables, por decirlo de alguna manera. Pero aunque es difícil ver a tu hija acostada en la cama sin querer jugar o por lo menos salir al menos a tomar su desayuno, tengo mucha esperanza.
Sé que vendrán tiempos mejores.
También sé que así haya días grises y fríos como las mañanas bogotanas de estos últimos días, la sonrisa de Antonia, como el sol en horas de la tarde, resplandece y me ilumina. Verla bailar, cantar y jugar (o pelear) con su hermana es una dicha.
Por eso, motivarla es mi reto diario. Antonia, por ahora, no va al jardín. Sus días suelen ser eternos y aburridos. Y al verla es inevitable cuestionar mi papel como mamá. Pese a que trabajo en casa, a veces no sabemos qué hacer la una con la otra. Pero tenemos que avanzar juntas. Tenemos que luchar juntas. Porque, como dice nuestra frase de batalla cada vez que le doy sus medicamentos, “así nos tocó”.
Yo sé que mi hija es muy fuerte, pero a veces ‘peco’ al creerla frágil. Todos los días reviso, sin que se dé cuenta, sus rodillas, tobillos, codos, manos. Y claro, al notar alguna inflamación, mi corazón se vuelve pequeño, se encoge. Pero Anto, que es demasiado perceptiva, lo nota. Por eso, hay que hacerlo como si no pasara nada. Es eso o aguantarme el regaño.
Anto vive en lucha constante. Pelea contra el cansancio que le produce su condición, contra la torpeza que le genera la inflamación, con su familia al sentirla débil y pelea, con una rabia intensa cuando siente dolor.
Sé que es fuerte, como su nombre. Y estoy convencida de que no se dejará vencer por una enfermedad. Porque como papá dice “este mal se equivocó de persona, se equivocó de cuerpo” y mi guerrera luchará hasta derrotarlo.
Te amo
Tu mamá, Johanna
Nos vemos la próxima semana…