En Brasil la gente protesta en las calles.   Una mezcla de inconformidades por el alza en las tarifas de transporte, la corrupción, la desigualdad social y los gastos para la Copa Confederaciones, para el Mundial y para los Olímpicos. Este último, es un reclamo en el que el pueblo siente que se están atendiendo asuntos no prioritarios, mejor dicho, lujosos.
En el plano privado cuando uno es pobre no se da lujos, simplemente atiende sus necesidades de supervivencia, los lujos vienen una vez superada la pobreza y con un nivel de ingresos superior a los egresos por necesidades básicas. En el plano de lo público se justifica el gasto hacia eventos de gran envergadura, como los arriba señalados, porque generan un importante impacto económico y social.
Si bien es cierto que la economía se activa con la realización de este tipo de espectáculos públicos, en los que se generan empleos, se invierte en infraestructura deportiva (para este caso), se activa el turismo, se invierte en imagen, en marca, en nombre, también es cierto que normalmente el gasto generado comparado con los réditos adquiridos termina siendo mayor y por tanto, aumenta el descontento de quienes prefieren evitar dichos eventos y desviar tales inversiones a necesidades más apremiantes.
Normalmente los beneficios que son en gran medida más de tipo inmaterial que material, no son cuantificados como corresponde y siempre queda la sensación que se derrochó plata y se desatendió lo verdaderamente prioritario.
Independientemente de reconocer que lo anterior se da, es completamente lógico que las masas prefieran evitar dichos gastos y sentir que el gobierno atiende sus necesidades más apremiantes en lugar de atender las exigencias de un organismo privado que se lucra de tales actividades, que se lleva las mejores ganancias del evento y que de alguna forma es excluyente en la medida que no todos tienen pleno acceso al evento, tanto porque es materialmente imposible, como porque muchos no se pueden dar el «lujo» de adquirir una boleta o gastar tiempo de trabajo viendo un partido.
Es una eterna discusión que se da alrededor de los espectáculos públicos, los cuales bajo el rótulo de culturales o deportivos se justifica un enorme gasto a favor de capitales privados y un difuso beneficio general.
En todo caso no sé a ustedes pero cuando veo la inauguración de unos Olímpicos, sufro.  Esa competencia por hacer la mejor inauguración somete a los organizadores a un desmedido derroche que por más que estremezca la ilusión óptica de belleza y perfección, es más fuerte la consciencia de entender cuánta indiferencia puede haber de los ricos hacia los pobres.
Y es natural que se prefiera mirar hacia otro lado cuando la miseria nos sonríe en la cara. Es natural que prefiramos ver el televisor que mirarla de frente, que sentir el dolor en nuestra impotencia, que sentir las carencias en la consciencia de las injusticias. Pero debemos ser más que eso. Debemos al menos protestar, como hoy lo hace Brasil, y pensar, antes de permitir, que nos metan más goles de injusticias.