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Las pretensiones de Edward Snowden al exponer los mecanismos abusivos de espionajes de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos eran que “la gente lo supiera y decidiera” si aceptar o condenar las actuaciones de dicho organismo en el marco de una democracia.
Para sorpresa de la gente sensata, el chico malo es Snowden, acusado de traidor de la patria y no el héroe de una historia Orwelliana en la que Estados Unidos muestra su cara de estado policíaco al monitorear la vida privada tanto de sus nacionales como la del resto del planeta.
Más tenebroso ha sido “sentir” las presiones de Estados Unidos, hacia los países con solicitud de asilo, tanto que Wikileaks, decidió no revelar la lista de los últimos seis países a la que Snowden tocó la puerta para así evitar las injerencias.
Países del viejo continente que dictan cátedra sobre Derechos Humanos y se auto-proclaman demócratas liberales, quedaron con el velo descubierto y dejaron en evidencia la hipocresía sobre los ideales que profesan cuando vieron en riesgos los privilegios que tienen con Estados Unidos, relación que los asemeja cada vez más a “estados satélites”. Molesta entonces, que bajo esos discursos, que aplican sólo cuando les conviene, señalen, condenen y sometan, a todos aquellos que están a “su criterio” por fuera de dichos ideales.
Valientes o finalmente soberanos, han sido los países de América Latina que accedieron a dar asilo a Snowden aun cuando a algunos de ellos les tocó desafiar las amenazas de perder importantes acuerdos comerciales con Estados Unidos, en perjuicio de sus economías en desarrollo, con tal de hacer valer el derecho que tiene un ciudadano perseguido por su patria de asilarse en otro país, consagrado en el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Una persona que sacrifica su estabilidad emocional, profesional, económica e incluso de seguridad, puede ser tildado por cualquiera como un suicida social. Eso, en un escenario de valores invertidos, en donde no importa sino el beneficio propio y donde pareciéramos ser indiferentes al riesgo de que la sociedad pierda el control sobre el poder y se consoliden atropellos a las libertades individuales, que en palabras del propio Snowden se trabajan como una “arquitectura de la opresión”.
Snowden, renunció a una vida plena por contarnos una verdad que sospechábamos pero que todavía en terreno de la duda, no dimensionábamos tan estructurada y sistematizada. Lo hizo aun conociendo la persecución sin cuartel que ha tenido Assange y Bradley Manning quien lleva tres años de confinamiento solitario e inicia un juicio que lo enfrenta a cadena perpetua por el caso de Wikileaks.
Snowden afirma que su principal miedo es que la indiferencia impida que el público detenga este abuso de poder. Por ahora, Big Brother aún nos vigila.
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