Un hombre para quien «el escondido» no fue un juego de niños sino su fórmula para mantenerse con vida durante su niñez, muy probablemente elegirá callar que protestar, aguantar que pelear, decir que sí cuando prefiere el no.  Este hombre fue un niño que tras el sonido de una balacera corría a esconderse debajo de la cama, siguiendo la indicación que sus padres no se cansaron de darle hasta que se «mudaron».

No todos sus amigos corrieron con la misma suerte.  Tuvieron que seguir escondiéndose debajo de la cama, incluso cuando ya no cabían, mientras enterrar a sus vecinos o familiares era tan rutinario que ya no dolía tanto. Algunos no tuvieron más opción que defenderse, otros murieron, otros «huyeron» y otros finalmente nadie sabe dónde están.  Es una posibilidad que hayan sido descuartizados y echados al rio. Nadie lo sabrá a menos que su desquiciado victimario le invente una vida, otra muerte y algún remoto paradero.

Cerca o lejos, desde las noticias o la ventana, somos testigos, hijos y víctimas de la violencia fratricida de este país que desnaturaliza, desarraiga, desplaza, anestesia, traumatiza, pero sobretodo «amansa».

Amansados por la violencia es la explicación que da Miguel Angel Bastenier a la pasividad de los colombianos frente a los abusos de los que somos víctimas permanentes en casi todos los escenarios de la vida, comparándonos con sus coterráneos, quienes con motivaciones, en algunos casos menos apremiantes que las nuestras, protestan cada vez más fuertes y decididos.

Soy la primera que ante el atisbo de controversia saco la bandera blanca, me rindo, evito cualquier confrontación, le pido a la gente que baje la voz y modere sus gestos. Cedo por la paz de ambos y ellos siguen abusando de más débiles como yo.

Todo esto me lleva a pensar en el conflicto, ese que nos amansó.  Mucha propaganda oficial nos hace creer que el terror viene exclusivamente de quienes empuñaron un fusil para reclamar justicia social. Las cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica nos dicen que de 155.000 asesinatos selectivos, 8.903 fueron perpetrados por paramilitares, 2.309 por la fuerza pública, 6.406 por grupos armados no identificados y 3.699 por guerrilleros.  En cuanto a masacres de 11.751 víctimas, 1.166 son de los paramilitares, 343 de las guerrillas, 158 de la fuerza pública, 295 de grupos armados no identificados.

Yo no podré decir qué amansa más, si las balas o la motosierra, si el secuestro o los NN desmembrados que flotan en el río. Para mí todo ello es abominable.  Lo que si no puedo dejar de decir es que los grandes victimarios de este país, que a sueldo defendían los intereses de algunos poderes ya fueron perdonados y una buena parte de ellos ahora siembran terror en las urbes.  Los otros victimarios cuyas exigencias se enmarcan en una redistribución más equitativa de los poderes, negocian la paz, los llaman terroristas y la barbarie los amansó.  Mansos todos ¿quién protesta? Queremos la paz a costa de todo, pero por favor, no podemos perder nuestra capacidad de indignarnos.

Otras entradas:
Pedaleando la libertad
Big Brother te vigila
Los goles de la injusticia
Tapar el sol
¿Por quién votar en Cartagena?
De la transformación económica al matrimonio igualitario
Ni Thatcher ni Chávez
Tierra llamando a Otero