Pacho Santos, ex-vicepresidente de la república, apeló a la «represión legal del Estado» para neutralizar a los protestantes estudiantiles que tumbaron la reforma a la educación. Puntualmente pidió «innovar con armas no letales que le ponen voltios a los muchachos». Esa innovación, mató a Israel Hernández, grafitero barranquillero residente en Miami, cuyo único pecado fue expresar sus puntos de vista a través del censurado arte callejero. Aquí sin el juguetico «inofensivo», también asesinan grafiteros, pero con el taser Pacho iba por los estudiantes que defienden la educación pública como un derecho y se opusieron a una reforma que la deforma en servicio.
Juan Gossaín, gobernador de Bolívar dijo «como he escuchado en estos días que tanto para los conductores ebrios, como para los maltratadores de mujeres hay algunos que creen que la cárcel no es un escenario porque aumentaría el hacinamiento carcelario, creo que deberíamos estar pensando que la pena de muerte por dos o tres años acabaría con el hacinamiento carcelario y acabaría también con estos monstruos sociales».  Esto me horrorizó, no sé si por una construcción sintáctica desafortunada en la que se infiere que los presos que no quepan en las cárceles hay que matarlos o porque aunque nos cueste aceptarlo, matar a los conductores ebrios y a los maltratadores de mujeres es matar a buena parte de la población.
La discusión de enviar a la cárcel a los conductores ebrios, se dio esta semana entre congresistas y fiscales. La serie de muertes ocasionadas en los últimos días y amplificadas por los medios, empuja a una legislación basada más en impulsos y sentimientos que en raciocinio y análisis. Entramos en un escenario peligroso en el que se legisla por coyuntura y las decisiones tienen más tintes políticos que providenciales, donde además los medios dictan la agenda.
El director del DATT, Jorge González dijo: «Si Hitler hubiera conocido a los champetuos no se hubiera metido con los judíos». Quiero pensar que este funcionario no tiene idea de lo dice. Es más sencillo creer que su ignorancia frente al holocausto nazi le llevó a escribir (que no es igual que si lo hubiera dicho, pues le tocó pensar, al menos, dos veces) tal barbaridad, que creer que su mente justifica el exterminio, padece de delirios de superioridad y que su corazón está envenenado y lleno de odio para quienes el considera «champetudos».
Todas las anteriores son expresiones de intolerancia que me llevan a preguntar en qué tipo de sociedad me encuentro. Lo preocupante, es que todas vienen de posiciones de poder, mensajes influyentes, generadores de violencia, resentimiento y venganza que nos invitan a reflexionar si verdaderamente estamos en un contexto para la paz, si es que todos vamos dejando de ser humanos para convertirnos en los monstruos sociales que refiere Gossaín y que hay que asesinar.
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