El 11 de septiembre se conmemoraron dos hechos históricos que impactaron el rumbo de la historia en el continente americano: golpe de estado a Chile y el atentado a las Torres Gemelas. Quisiera que hicieran el ejercicio de pensar, recordar o averiguar cómo fue el cubrimiento de los medios de tales hechos, qué vimos, qué no vimos, cuál historia se contó, cuál parte de la historia se calló, desconocemos o fue contada parcialmente muchos años después de barbarie. La historia que reprodujeron los medios venía de quién, ¿fue moldeada?, ¿supimos alguna vez las razones de los otros?, o ¿esas razones de los otros que conocimos fueron las dichas por los unos? En 2001 se inauguró la guerra contra el terrorismo, 12 años después el Nobel de paz sigue encontrando pretextos para la guerra, porque sin querer decir que el mundo deba permanecer impávido ante el uso de armas químicas de un país, no deja de resultar molesto que Estados Unidos se abrogue el «deber» de «defender» a la humanidad tras razones «humanitarias» que todos sabemos son geopolíticas.
En el mejor de los casos los medios entregan las versiones de ambas partes de la historia, pero la verdadera responsabilidad de los medios de comunicación en un proceso de paz, por ejemplo, no es abrir el micrófono de un lado y otro y con eso ufanarse de garantizar imparcialidad y pluralidad. Esa es una actitud facilista y culpable de desorientar a la opinión pública porque crea una polarización que exacerba odios y pasiones, y entorpecen los escenarios de encuentro y consenso.
Con el advenimiento de internet y sus posibilidades, el periodista y los medios asumen un nuevo rol: el del análisis, la profundidad, la validación y el rigor crítico frente a las informaciones.
Sin embargo, ahora con las redes sociales, las noticias se hacen con lo que trinaron unos y otros. Los hechos los crean, como un dios todopoderoso, las palabras de los personajes que decidieron los medios, a criterio de sus rentabilidades, convertir en protagonistas de nuestras historias y verdades. Como en toda estructura dramática crean también antagonistas y coprotagonistas, y es de esta forma, lamentablemente, que se escriben los libretos de un país que ríe y llora al vaivén de los intereses de quienes manejan el discurso de esas verdades inventadas y legitimadas en medios que las reproducen sin ningún sentido crítico, o peor aun, cómplices de tal manipulación.
Las escuelas de periodismo enseñaron que en aras de preservar la objetividad e imparcialidad de los hechos, los periodistas no debían tomar partido ni posiciones en ellos. La imposibilidad de la objetividad absoluta revaluó lo anterior, por tanto, el periodista está llamado a poner en perspectiva y ponderar las versiones reflexivamente, en lugar de sólo contar lo que ha pasado o lo que se ha dicho, porque ni lo dicho, ni lo hecho, son acciones inocentes desprovistas de antecedentes, razones y versiones.
Con todo lo anterior no se trata de reproducir lo
que dijo Uribe, Santos o la guerrilla.
No se trata de hacer de los discursos altisonantes la agenda mediática
para servir el show informativo del rating y las audiencias. La
responsabilidad de los medios en las negociaciones de paz hoy en Colombia es explicar por qué a
unos les interesa el Referendo y a otros una Asamblea Constituyente. Por qué la guerrilla hoy es un actor del
conflicto y no los terroristas de ayer. Por qué en este escenario es válida su
demanda de participar en política y no un reducto a la impunidad. Por qué el
campo y el tema agrario están en la agenda y tiene tantos contratiempos,
intereses y enemigos. La responsabilidad
es contar la historia completa, con todas sus aristas, sin sesgos y teniendo
presente las ventajas propagandistas del establecimiento a lo largo de la
historia y su incidencia directa en las percepciones y nociones del conflicto.
EL papel de los medios en las negociaciones de paz exitosas en el mundo ha sido el de tomar partido por la paz y no el de polarizar el país y atizar las diferencias. ¿Estaremos haciendo bien la tarea?