El dilema de las corridas de toros es uno de los tantos de la cultura como derecho.

La preservación de la diversidad cultural es uno de los retos de la postmodernidad por cuenta de las amenazas de una homogenización, y por el protagonismo que se le dio a la cultura en las teorías de desarrollo humano.

Con ello, muchos países (Colombia con la Constitución del 91) se autoproclamaron multiculturales y consignaron el deber de proteger las expresiones culturales de sus pueblos.

En España por ejemplo, las corridas fueron proclamadas Bien de Interés Cultual y en Colombia se admiten en las ciudades donde sean tradición.

Las corridas no son la única expresión cultural con contradictores que ponen en jaque el discurso del respeto por las tradiciones, dado que, como con la ablación del clítoris, se plantea que las consideraciones “humanas” deberían estar por encima de la tradición. Para estos casos se dice que no debería primar el derecho cultural sino la protección a los animales para el primero y a la integridad física para el segundo.

La discusión de los grupos enfrentados (protectores de animales vs taurinos) es apasionada y ninguno está interesado en entender al otro sino en imponer su criterio. Dando por descontado que ambos se acusan de ignorantes y de apelar a sentimientos primitivos: el de la crueldad y el del asombro.

Al respecto puedo decir que la primera vez que fui a los toros, era una niña y estaba impresionada por la cruenta faena,  me pareció bastante irracional aquello.  Luego vino la tradición, ir años tras años por la pueril ilusión de hacer lo que mis padres y demás semejantes. De la impresión pasé poco a poco a tolerar lo intolerable y a congraciarme con esos elementos que imagino, a los amantes de la tauromaquia los apasiona.   Cosas tan fútiles como la gracia, la elegancia, las flores, los pasodobles, etc.

Decir que alguna vez me gustó ir a toros me avergüenza porque no encuentro, como en mi niñez, nada racional que sustente el horror de la muerte como espectáculo, ni de la violencia, como lo son esos shows de artes marciales mixtas, el mismo boxeo, las corralejas, las peleas de gallo.

Pero soy una generación sándwich.  Estoy en medio de los apasionados por una tradición y la repugnancia hacia un espectáculo deprimente.  Ser autorreflexivos no es una característica frecuente en el hombre.

La cultura no puede ser un lastre, el pensamiento crítico la transforma, pero no valdrá que una se muera de hambre para apresurar el fin de las corridas, esas huelgas, sirven para sensibilizar a los indiferentes, pero jamás a los amantes.  Las luchas tienen que darse, pero los cambios sólo vienen con el cambio de generación o por fuerza de la ley, no somos tan civilizados como promulgamos, aunque de pena reconocerlo. Cuando muera el último taurino se acabará la defensa por las corridas, no ganará la razón sino que morirá la tradición.