Entraba a la conversación de Michael Sandel en el Hay Festival y en la sola fila había ejemplos de la sociedad que somos, que analizamos, criticamos y quizás queramos cambiar.

Los revendedores haciendo su agosto.  Los “vivos” buscando colarse en la fila discreta o descaradamente, sin ninguna vergüenza.  Los que pagaron de más para escuchar al afamado profesor de Harvard. Los que compraron su boleta con tiempo y respetaron su turno en la fila.  Los privilegiados con credencial que pueden entrar sin pagar, con méritos o no por ello. La mía era una credencial de prensa, gozo de un privilegio que puede parecer injusto.

De todo esto habla Sandel en su charla.  Nos plantea dilemas morales para cuestionar la sociedad que vivimos y el papel de los mercados en dicha sociedad.  Explica cómo pasamos de una economía de mercado a una sociedad de mercado. La primera, dice, es una herramienta para organizar la actividad productiva, la segunda es una forma de vida donde todo está a la venta y el pensamiento y las costumbres del mercado empiezan a dominar todas las esferas de la vida, modificando el valor de ciertas prácticas sociales.

Un espectador dijo que mientras en la sociedad imperara la ley de la selva, las personas harían lo correcto o lo incorrecto por sobrevivir en ella.  Otro, muy acertadamente explicó que comprar los turnos en la fila, por ejemplo, reduce las posibilidades de otros y crea escenarios de desigualdad.

Al parecer para Sandel no tiene nada de malo pagar por un turno en la fila de un concierto, pero sí lo tendría si la fila fuera para entrar al médico, es decir, relativiza la misma cuestión. En una sociedad capitalista, el valor de su discurso radica en que cuestiona esa sociedad de mercado donde el dinero compra todo. Sandel propone detenerse a pensar qué bienes no deben venderse, tanto por evitar reproducir desigualdades, como por evitar que el pensamiento mercantilista gobierne todas las prácticas sociales y esferas de la vida. Eso es algo.

Lo que tengo por decir es que pagar para que los niños lean libros o por un riñón para salvarnos la vida, es consecuencia de una sociedad que no puso límites a la valoración del dinero, una sociedad en que la moral es relativa y ve diferencias en una misma cuestión. Comprar el turno en la fila para un concierto o para el médico, produce el mismo significado en la conciencia social. La gente no ve nada de malo en lo legítimo, y eso es muy lógico, pero debería reflexionar qué tanto de lo legítimo es injusto.

El dinero no debería ponerle precio a la dignidad, pero ella, hace mucho, se vende en cada esquina de nuestros barrios.