Los míos son lirios.  Los recojo en la terraza de mi casa y también son para que no me olvides.  Nacen en abril, mes en que decides irte. Son blancos, no amarillos, como dicen que hubieras preferido.

Nunca viste mis ojos, ni yo tropecé con los tuyos, pero fueron ellos los que recorrieron letra a letra el alma del poeta que develada las inverosimilitudes de la realidad.  No para sorprendernos sino para avergonzarnos por la humillación e indignidad a la que una persona o sociedad es sometida cuando es olvidada.

Y es en esa desesperada soledad de mis abriles en que el hambre de la lluvia se sacia con el miedo a inundarnos. Y el gris del cielo es la esperanza de las gotas que alimentarán el suelo y también el dolor, las lágrimas de la otra soledad.

Los titulares de prensa siguen escribiendo la historia de un Macondo que dijeron agotado en la página cuatrocientos setenta y uno. Con la diferencia que de tu mano es inmortal y de la nuestra “materia olvidada” como cantó Lavoe.

Quinientos panes se pudren en las narices del hambre y todavía se preguntan por las razones de la violencia.  Qué más violencia que esa condena al olvido.  En las páginas traseras se reseñan la vida y la muerte del pozo pestilente del pueblo. La muerte de dos menores de quince años no amenaza con acabar estirpe alguna, se reproducen como conejos, sin colas de cerdo pero con orejas perforadas. Y nadie los extraña al otro lado de la muralla.

La modernidad sigue viniendo con los gitanos.  Hace poco trajeron un aparatico portátil que nos conecta con el mundo de diversas maneras, entonces ya la gente no se mira de frente y camina tecleando sin prever que un carro puede acabar con su estirpe. Pero fue el entrecruzamiento de dos artefactos modernos y no de dos genes familiares, lo que acabó con una vida joven. Su intención no era levitar, sino elevarse sobre las olas de Poseidón, pero un artefacto no le permitió notar que el otro se había olvidado de recogerlo y un paso al vacío es otra historia macondiana que apretuja los corazones de quienes lo llorarán eternamente.

Insisto, la estirpe no se acaba, porque la desgracia no ha sido la falta de oportunidades, sino desperdiciar todas las que llegan.  La condena de la soledad es una cuestión de memoria y olvido. Intencional la segunda supone la existencia de unos otros cuyo plan es dejarnos en el abandono absoluto cuando estemos totalmente despojados.

Y no será el tren que anuncie la llegada de la nada, sino Transcaribe que se lleva la virtud del coronel. Sin paciencia y comiendo mierda, muertos de cólera por el amor en tiempos del ácido y del serrucho.

Circos abren su tienda los 20 de julio y los 7 de agosto para dejarlas abiertas por cuatro años y con derecho a repetirse sin fin.  Ojalá un día “los arrasara el viento” y se borraran de nuestras memorias para siempre, pero a ti, no te podremos olvidar jamás, aunque la ingratitud nos devore. Hasta siempre, Gabito.