En agosto se cumple un aniversario más del Watergate, evento que bautizó al periodismo como el cuarto poder del mundo. También se celebra el día del periodista en Colombia, por un decreto presidencial que conmemora la primera publicación de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Paradójicamente en agosto, recordamos la forma más trágica de censura y atentado contra la libertad de prensa en nuestro país con el asesinato del siempre admirado Jaime Garzón, al tiempo que asesinaron al periodista Luis Cervantes; como para que notáramos que aquí nada cambia. Y en agosto, en mi Macondo, casi es linchado un periodista por confundirlo con el autor de una serie de “delitos” que no se han cometido.
Esto que nos trae agosto hace ineludible interrogarnos sobre la prensa en Colombia: ¿Ha podido destronar a un presidente corrupto? ¿Ha podido ser libre e independiente? ¿Ha podido blindarse de los rumores y las desinformaciones que surgen de las redes sociales? Infortunadamente la respuesta es no, pese a las “buenas intenciones” de algunos por lograrlo.
Ante el panorama aterrador que nos muestra por estos días la debacle de la justicia colombiana, tanto en la justicia ordinaria como en los organismos especiales de control, la esperanza recae en un órgano independiente que, exento del clientelismo y politiquería, denuncie objetivamente las irregularidades y delitos que ocurren en nuestro país, En especial aquellos cometidos por los mal llamados delincuentes de cuello blanco, que parecieran no ser atajados por nadie. Se ha creído que ese órgano independiente es el periodismo, pues tiene la posibilidad de interpelar a los otros poderes e incluso “derrocarlos” si el caso lo amerita.
Sin embargo, la historia ha demostrado que el poder mayor es el económico, pues éste mueve todas las fichas del ajedrez político. El poder político estaría revestido de la honorabilidad de decidir sobre todos los asuntos públicos, pero tal honorabilidad dejó de ser cuando el dinero compró esas decisiones.
La captura del Estado es un concepto que define de manera muy precisa lo anterior. En Colombia el Estado ha sido capturado tanto por élites que gobiernan en favor de sus intereses particulares, como por organizaciones criminales que no sólo con dinero sino con atentados y amenazas a la vida misma, toman las riendas del poder político.
Así mismo, ese poder que se proclama independiente, la prensa, ha sido capturado por el dinero y la violencia que parecieran decidirlo todo en este país. El cuarto poder se diluye por completo bajo el zumbido de las balas, las amenazas, las demandas, el hostigamiento, el soborno, veto a publicidad y las más variadas y refinadas formas de censura que van contando la historia que no es, bajo la dirección de esos otros poderes que reducen al periodismo a un mero instrumento para sus fines.
Que sirvan estas reflexiones para que las nuevas generaciones de periodistas reivindiquen, como diría Gabo, al «mejor oficio del mundo», en honor a la verdad y a quienes por no dejarse «capturar», fueron asesinados.