Si Habermas no había encontrado un ejemplo para explicar su teoría, hoy me atrevo a decir que lo tiene. En Colombia, como un hecho sin precedentes en la historia de este país, se firmó el acuerdo entre las FARC y el gobierno.
Después de cuatro años de difíciles y tensas discusiones, adobadas por todo tipo de conflictos, ideológicos, políticos, comunicativos, etc. finalmente estas partes, se pusieron de acuerdo.
El llamado “consenso” del que trata la Teoría de la Acción Comunicativa, es el producto, de como bien lo indicó el jefe de las negociaciones del gobierno Humberto De la Calle “no de la declinación de sus creencias y principios” sino de un ejercicio práctico, edificante, difícil, e incluso “amargo”, que exigió el uso de la “razón trascendental” para que, lidiando con los egos, vanidades, terquedades, creencias, mentiras, cinismo y todo lo bueno y lo malo que como humanos somos y exponemos en la puja de poderes, se pactara un acuerdo con un opositor.
Hemos sido testigos de un proceso de negociación largo, con sus crisis, sus ires y venires, con reveses, con avances, con iras y sorpresas. Uno rápido como se pretendía no habría tenido, al menos para mí, tanta credibilidad. La realidad nos dicta lo difícil que es ponerse de acuerdo con un contradictor, es casi una misión imposible y resistir cuatro años, es la muestra de la buena voluntad de las partes, de la decisión de cada una de ellas, pero fundamentalmente es la constancia de dicha dificultad.
Es claro que no se negociaba la paz, sino el fin del conflicto armado en Colombia, lo que nos indica que la tarea apenas comienza. El acuerdo es un hecho político que abraza la democracia y renuncia a las otras formas de lucha. Es el triunfo de la razón sobre los deseos. Es el ejercicio práctico de la razón (kant), que como Habermas nos dio en teoría, apela a la capacidad del hombre para trascender sus instintos, su conocimiento práctico, instrumental e ideológico y muestra la superioridad racional del hombre.
Ahora viene la refrendación y el cumplimiento de los acuerdos. Lo primero, como la posibilidad de legitimar el consenso. Es un reto ambicioso si se quiere una praxis colectiva de la razón, aunque es más probable que sean las emociones las que movilicen las intenciones, ojalá no. Lo segundo, es aún más difícil, porque nada habrá valido la pena si el consenso es de papel, si nada de lo pactado se pone en práctica. Habermas no tendría su ejemplo para la Teoría de la Acción Comunicativa, porque aunque ponerse de acuerdo es difícil, actuar consecuentemente, lo es más.