Las ciudades son como padres y sus hijos heredan los rasgos distintivos de su linaje urbano. Cartagena, ciudad con historia admirable, pare y abandona, deja a sus hijos a la suerte de unas dinámicas implacables.
Esta ciudad se sumerge en su propio fulgor y deja a sus habitantes en las sombras. Los hijos de Cartagena nos enfrentamos al dolor del rechazo y del abandono.
El martes pasado, en el marco de la programación denominada “Teatro Incluyente” se presentó un cortometraje en donde diferentes exponentes de la música local tuvieron participación y en él Luis Towers dice: “a mí no me interesa ganarme un Grammy, lo que yo más quisiera es que Cartagena reconociera a sus hijos”.
Fue como un eco escucharlo, uno que lleva años chocándose con las murallas, sin encontrar salida, sin tener un fin, encerrado dentro de mis oídos. Pasa el tiempo y suceden pocas cosas o más bien muchas, demasiadas pero en sentido contrario, caminamos para atrás. La impotencia nos va llevando a acciones desesperadas que terminan en errores más grandes, como estos cuatro años, en que no caminamos sino que corrimos, y nos devolvimos a un punto que no tiene lugar en el pasado porque no éramos tantos, ni llegaban tantos, ni teníamos tantos afanes, ni tantos carros, ni tanto dinero teñido de sangre.
Los artistas cartageneros no tienen a quien cantarle, ni como impulsarse para ser más grandes y mejores. Entonces se quedan con un dolor, con un sinsabor que a veces se percibe en sus creaciones, o en las aguas de alcantarillas que desbordan las lluvias. Siempre está por allí, y no permite avanzar.
Me viene la figura de Joe Arroyo como una forma de mostrarlo. ¿Quién más grande que él? ¿Cartagena lo sabe, lo ve, lo reconoció? Ahí está, solo en el comentario entre conocedores, resignados sobre lo que somos, ¿mezquinos o pobres? Estoy segura que hay generosidad antes que mezquindad, pero la pobreza es tanta que no alcanza para ser generosos, el ídolo se quedó en Barranquilla. Y luego lo pusimos en una plaza sin representatividad, un lugar vacío, con tráfico pero sin significado, espacios “ajenos”.
Mientras sea así, el Joeson dormirá el sueño de los justos, El combo bacano de artistas que intentan mantener vivo el “sonido cartagenero”, se verán tan solos como el “teatro incluyente”, o como el homenaje al gran Nene del Real, lleno de buenas intenciones pero vacío, sin los aplausos merecidos.
Los artistas se mantienen con los ojos llenos de ilusión por triunfar, sin la escuela exigente, sin los escenarios suficientes, sin el roce y la competencia necesarios, con ese atisbo de tristeza que suplica “Cartagena, reconoce a tus hijos”.
La reconciliación requiere un acto de reconocimiento mutuo, un entendimiento de que la grandeza de la ciudad está intrínsecamente ligada a la grandeza de quienes la habitan.