Son visibles, están en todas partes y a la gente le estorba.
La gente que se cree más gente.
Piden que los recojan. ¿Y a dónde los llevan? ¿Qué destino tienen? ¡Oh, el destino! ¿A alguien le importa?
Vítores cuando ya no los ven. Por eso él decía, “es que no me oyen o es que no me ven”, porque la gente voltea para otro lado para evitarlos, se pasan de calle y ahora se regocijan porque ya no afean los lugares en los que la gente que se cree gente, deambula. La idea es que no se vean ni se oigan, y eso, alguien tiene que notarlo, porque si no los olvidaremos, y su suerte será mucho peor que la de hoy.
Eduardo Galeano los llamó “Los nadies”, les dedicó un poema memorable, no para que seamos más cultos, sino para que los notemos y nos notemos. Nos demos cuenta de lo que somos capaces de desechar. Nuestra «basura» habla más de nosotros mismos que la “pulcritud” que esmeramos en casa. El poema “Los nadies” nos invita a notar nuestra indiferencia y recuerda que ellos son gente con sueños, como los tenemos todos, aunque Galeano sabía que están “muriendo la vida”.
Las soluciones estéticas no resuelven problemas estructurales y ese es el reto. Jamás olvidarnos de que no son cosas que se quitan y se ponen, y a veces, solo las quitan, no las ponen en ningún lugar, los echan a otra clase de suerte, peor y menos visible.
Definitivamente es un abuso trasponerlos, y si solo se tratara de nosotros, de quienes nos creemos gente, también sería mejor poder verlos y así notar nuestros fracasos y recordar la tarea pendiente, diseñar las soluciones y ofrecerles alguna opción de supervivencia digna. Después, si nos atracan, lloramos, pues el problema de fondo no es nuestro, solo somos víctimas.
Que dejen de ser privilegios el derecho a educarse y las oportunidades de desarrollo. Ah, y por supuesto, jamás perder la libertad de decidir de cada quien, lo que quiera ser, aunque a la gente que se cree gente, no le guste.
Yo no podría decirlo mejor que Galeano, por eso retomo algunos de sus versos:
“Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata”.
Pongámosle cara y nombre, démosle un lugar en la historia, pero por lo pronto, en nuestras vidas, en el tránsito cotidiano que no estorben, que obtengan nuestros buenos días, con una mirada directa a sus ojos e intentos por tocar su corazón, brindarles una ilusión y darle una bocanada de aliento a la moribunda humanidad.
Estamos coincidiendo en el tiempo con ellos, deberíamos también pensar que podríamos ser nosotros, o nuestros hijos, mañana, ahora, o en cualquier otro tiempo, pero estamos ocupados en nuestros privilegios y es más fácil quitarlos del camino. Seamos gente, no traspongamos a nadie.