Te quiero hablar a ti, a quien el movimiento feminista incomoda. Tú que sientes cierto alivio de saber que no estás solo, que te sabes mayoría, por lo menos en este país todavía premoderno.

 A ti, a quien no le parece nada afortunado que la mujer tome el micrófono, lidere movimientos, gerencie una empresa. A ti, quien crees que la mujer debe dedicarse a los deberes del hogar, o quien piensa que una mujer por vestir y expresarse de una manera determinada, merece etiquetas despectivas de tu parte, y de la sociedad que representas, o peor aún, tocarla o asumir que están dispuestas para el sexo.

 Te he visto mirar con desconfianza a una mujer empoderada, te he escuchado cómo insinúas que su posición de poder ha sido conseguida por circunstancias muy distintas a sus capacidades. Te he visto ignorarla cuando intenta hablar, pero si te gusta, obtiene tu atención, pues te entusiasma otro tipo de intenciones. No la crees capaz, le dejas participar porque las leyes y normas te lo han venido imponiendo.

 No soportas a las feministas, “tienen un discursillo de odio” dirías, “han venido a dividir, lo que no se puede, la vida en par”, “son gritonas, peleoneras”, te he escuchado decir “están faltas de un verdadero macho” “son las feas, las ponchadas” “viejas histéricas” y así, una cantidad de disparates que hablan mucho de tu desconocimiento profundo de este proceso liberador y del reduccionismo que haces pésimamente informado, muy conveniente si quieres mantener tu poder sobre esa porción de la población. Algo necesitas dominar.

Te quiero contar que el feminismo no es una guerra declarada a los hombres, ni tiene la intención de dividir ni enemistar. No desea quitarles nada que hayan ganado por mérito sino corregir una injusticia y una desigualdad histórica, en la que por años no solo se les desconocieron algunos derechos a las mujeres, sino que la misma sociedad la limitó y arrinconó a unos roles específicos que debía asumir inclusive a costa de su felicidad, que le impidieron autodeterminarse y facilitaron abusos por parte de hombres que creían tener dominio sobre sus cuerpos y sus vidas. Que la mujer pueda autodeterminarse no tiene nada que ver con maltratarte, ni limita tus derechos, solo reconoce un trato y espacio cercenado a las mujeres por la estructura del sistema patriarcal con el fin de posibilitar su pleno desarrollo y potencial.

Muchos hombres abiertos al conocimiento han tejido puentes con nosotras en aras de la justicia y han contribuido a que podamos ganar espacios antes negados, además de encontrar un camino frente a sus afectaciones directas por el machismo, y para la construcción de sus propias luchas con las llamadas nuevas masculinidades, otros en cambio, sienten miedo o menosprecio, o rabia, porque las mujeres ya no somos las mismas, y ante sus abusos, no nos quedamos calladas y cada vez hay menos silencio frente a sus diversos tipos de violencia.

Y a ti, mujer, no te avergüences de ser feminista, que lo único que el movimiento busca, es que tengas la posibilidad de ser lo que quieras ser.

 La noticia de que Francia incluyó el aborto en su Constitución es un avance enorme sobre la determinación de la mujer frente a lo que sucede en su cuerpo. Es un derrotero en la historia, aunque ya era ley allí desde 1977 que lo tengan en su Constitución es una forma de decirle al mundo que no se trata solo de un derecho sino de un principio, nadie lo discute, se asume. Seguimos avanzando en el proceso de deconstrucción de la estructura patriarcal. Habrán más incomodidades y confusiones, no es menor el peso de la cultura, pero no por eso miedo o un paso atrás, estamos en la vía correcta, aunque todavía haya quienes no se avergüenzan diciendo «feministas, cállense», y mujeres a las que la sola palabra les choca. Es increíble que esto tenga discusión, pero sí que la hay y la daremos.

Feministas, no se callen, hemos avanzado, pero todavía falta un montón.