El hambre es más atroz que la muerte misma y ahora Israel lo usa como arma de guerra. Según declaraciones de la ONU, los bloqueos de Israel a la ayuda humanitaria están llevando a Palestina a una “hambruna inminente”.
Este método de combate arrasa con la vida y la dignidad. El hambre no solo devora cuerpos, acaba con todas nuestras posibilidades de resistir, defendernos, sobrevivir, pero principalmente, de pensar.
Martín Caparrós, en su obra «Hambre», ilumina con agudeza este efecto desgarrador: el hambre despoja al ser de su dignidad y de su poder sobre el propio destino. Va más allá del deterioro físico, sembrando desnutrición y enfermedad; es un golpe a lo más profundo del ser, minando la habilidad de trabajar, aprender y avanzar.
El derecho internacional humanitario, prohíbe la hambruna de civiles como método de guerra. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional establece que hacer padecer hambre a la población civil de manera deliberada es un crimen de guerra.
Ahora bien, lo más triste de esta historia, es que esta violencia no se ejerce exclusivamente en este escenario, hambre hay en el mundo pese a la cantidad de comida que producimos, suficiente para desterrarla. Está ahí, como un número más para gobiernos y ciudadanos que lo miramos, e indiferentes seguimos con una vida preocupada por asuntos menos serios.
De acuerdo con la estadística de Naciones Unidas «unos 1.300 millones de toneladas de comida producida para el consumo humano, se bota. Mientras una de cada nueve personas en el mundo sufre de hambre. El 45% de las frutas y vegetales que se cosechan se desperdician. La cantidad equivale a algo así como 3700 millones de manzanas. También se desperdicia el 30% de los cereales, o 763.000 millones de cajas de pasta, y de los 263 millones de toneladas de carne que se producen mundialmente cada año, se pierde el 20%, el equivalente a 75 millones de vacas».
En este punto de inflexión, la indiferencia hacia estos horrores es la mayor traición a nuestra propia humanidad. Nos hemos desensibilizado al punto de que la distancia física y emocional excusa de la responsabilidad de actuar. Si fuéramos nosotros los atrapados en este vórtice, ¿qué esperaríamos del resto? Se requiere de una acción global concertada que trascienda fronteras, ideologías y religiones. Es imperativo que reconozcamos nuestra humanidad compartida y actuemos para protegerla.
La guerra en Gaza no es solo un conflicto regional; es un espejo que refleja las fisuras más profundas de nuestra civilización. ¿Qué significa ser humano? Permitamos que la compasión moldee nuestras acciones y defina nuestro legado.