Hace poco leí el libro de Laura Ardila, la Costa Nostra, el cual todos deberíamos leer para conocer más a fondo cómo se mueven los hilos del poder en este país y entender, una vez por todas, a qué hacemos juego cuando opinamos o nos enfrentamos a otros, en nombre de partidos, ideas o personajes políticos.

Nadie se salva.  Los que están en el poder (visibles o en las sombras) hacen parte de un entramado de acuerdos y componendas tan gigante y complejo que no merece que ningún idealista, ni incauto, se pelee con otra persona en su nombre.  Nuestra participación política debería estar determinada por la motivación de trabajar por nuestra ciudad/país, en favor de lo más conveniente para el territorio y dejar de creer que existe un “político” redentor. El compromiso va mucho más allá de un voto. La participación y las exigencias ciudadanas tendrán más valor en el momento en que se hagan motivadas por la sensatez de lo que va bien o mal y no por determinismos asociados a la figura o a la ideología manifiesta, que van polarizando cada vez más el país, sin mayores resultados que la división, la pelea y la guerra.

Se requieren más acuerdos y menos apasionamientos. Dejemos de legitimar lo que está detrás de cualquiera de los candidatos que hasta hoy han llegado al poder. Desde el cura, hasta el santo, el de a pie, el revolucionario, el rico,  el empresario, la mujer o el hombre, el que lo tiene todo o el que no tenía nada, cuando se asoma a la cima, ha hecho más de una cosa. En el libro hay una radiografía de ello que bien vale la pena revisar con la convicción de que saberlo es necesario, pero no suficiente, que la mirada desapasionada dará mejores comprensiones a la problemática y que definitivamente, parte de la solución está en el compromiso de cada quien de ejercer una ciudadanía consciente.

Las primeras páginas del libro me confrontaron profundamente.  Laura confiesa que jamás utilizaría su espacio de opinión para hablar de ella, como promesa y lealtad con el oficio de periodista. La idea me explotaba en la cabeza, hasta llegar a hoy, y decirles, que esta columna no es de una periodista, es de una ciudadana y de una escritora, que ha decidido irse por la autorreflexión.  He entendido que el único cambio posible viene de adentro. Hay que verse a sí mismos antes que señalar o exigir a otros.  La introspección puede ser más útil que la confrontación. El debate es bueno para generar pensamiento crítico, pero de eso hay bastante en las redes sociales. ¡Y de nada vale si somos sordos! Ya la información no está encriptada y cada quien tiene acceso a la ruta de su verdad. Así que la misión cambió para mí. Es difícil, sé que preferimos reafirmar nuestra “verdad” que encontrar una nueva, porque nos duele darle la razón al otro, y porque es más incómodo mirarse al espejo que encontrar la paja en el ojo ajeno.

No tengo la verdad revelada y seguiré cometiendo errores, pero quiero ser honesta con ustedes: escribo para nuestras propias consciencias y ojalá en ese ejercicio, vayamos despolarizando el país y encontrando una verdadera paz.